Por Javier Mateo Hidalgo
Hay películas que delatan a quienes las realizan. Películas personales, cuidadas al detalle, donde nada se escapa al ojo de su director. Es el caso de las obras de Peter Greenoway, uno de los exponentes más claros de cine de autor. Su filosofía, siempre estética, tiende interesantes vínculos con el mundo de la cultura y la eleva a su estado más puro. Solo tratándola justamente podrá hablarse de ella. Y es aquí donde el espectador puede sentirse más confundido, sentir que no comprende el mundo del que habla Greenoway. Como todo artista que se precie, Greenoway ha ido construyendo su propio universo, sus propios códigos, su lenguaje personal. La “alta cultura”, por así decirlo, requiere de un conocimiento que el público debe aprehender si le interesa lo suficiente.
“El vientre del arquitecto” es un filme que nos habla de muchas cosas: De Boullée, de la política y su influencia en el arte italiano, del Eros y el Thanatos… pero también nos habla de la necesidad de mirar, de perderse contemplando imágenes como quien se deleita desentrañando el más mínimo detalle de un cuadro lleno de recovecos. Su formación estética no se escapa a toda esta acumulación de cuadros animados de influencia barroca: grandes bodegones y escenas pictóricas dignas de un Rembrandt o Caravaggio contemporáneos…
Este film puede considerarse como una de sus piezas más perfectas.
Un arquitecto norteamericano viaja a Roma para preparar una exposición dedicada a Étienne-Louis Boullé. Este visionario francés coetáneo a la revolución francesa, propuso proyectos de edificación megalómanos que no llegaron a ser comprendidos hasta bien entrado el siglo XX. En cierta forma, el protagonista del filme se siente identificado con él. Ambos representan un éxito y un fracaso vitales. Éxito porque creen profundamente en sus ideales, y fracaso respecto a la incomprensión que sienten por parte de una sociedad mezquina. La belleza ideada por el hombre se contrapone a la propia degradación humana. El individuo se muestra como defectuoso por naturaleza, pero son precisamente estos defectos los que lo definen y humanizan a la vez. Lo mejor y lo peor de cada ser se ha visto obligado a convivir armoniosamente desde el principio de los tiempos. Desde los emperadores hasta los comisarios de arte. Así, se puede ser refinado y animal a la vez, casi necesariamente se debe ser así.
Si algo consigue Greenoway es hacer saltar por los aires todos los convencionalismos sociales para dejar ver lo que se esconde debajo. Las necesidades sexuales y alimenticias, los engaños o infidelidades, el miedo a la caducidad del cuerpo mortal… Todo esto no es más que un trasunto de las eternas preguntas que el hombre se ha formulado a lo largo de las diferentes épocas. Ciertamente inquietante, ciertamente universal.