Por: Javier Mateo Hidalgo
El otro día, revolviendo entre los papeles de mi habitación, encontré un ejemplar del diario El Mundo dedicado a Francisco Umbral. El escritor acababa de fallecer y yo debí guardarlo por sentimentalismo barato. Ese sentimentalismo se había vuelto, a día de hoy, amarillo, casi ilegible y con un olor al polvo en el que tarde o temprano se convertiría, según dice una voz bíblica. Por curiosidad, me puse a ojearlo, y encontré algunas cosas bastante interesantes para lo que viene a ser esta profesión profana de escritor no profesional.
Umbral recordaba, en uno de los artículos, lo que César González Ruano le había dicho en una ocasión: “Un artículo es una morcilla. Dentro metes lo que quieras, pero tiene que estar bien atado por los dos extremos”. En otra página, se recuperaba una carta que su amigo Cela le había dedicado: “Lo primero que necesitaba un escritor para serlo de modo que mereciera la pena, no estreñida y obedientemente, era tener voz y voluntad propias, poco importa si poderosas y arrolladoras o tenues y lánguidas pero propias, inequívocamente personales y propias.” Ruano lo encuentro más lejos que Cela en cuanto a Umbral, pues estos dos últimos encajan perfectamente en cuanto a personalidad canalla. Umbral, persona y personaje, siempre me ha guiado a la hora de redactar un artículo. Trato de pensar qué haría Umbral a la hora de ponerse a escribir: “Si estoy normal, o ese día la columna me la suda, me pongo a ello y procuro no nutrirme de los periódicos, […] sino de cosas que he cazado por ahí, la noche anterior, en una conversación, viviendo, observando.” Curiosamente, una noche anterior bastante lejana, fui al cine a ver “Guest” de José Luis Guerín y, tras salir de la sala de proyección, me quedé con ganas de escribir sobre lo que había visto. No debía precipitarme: Guerín necesita de su poso. Por ello, Traté de hacer una excepción y me contuve una larga temporada para hacerlo, hasta el día de hoy. Me gustaría, ahora, inspirarme en Cela tanto como lo hizo Peckimpah (pues es sabido que admiraba del gallego su novela “la familia de Pascual Duarte) pero me temo que ahora tocan otros tambores y debo inspirarme en mí mismo, y más concretamente, inspirarme en aquella noche aciaga.
“Guest” es una especie de columna diaria durante varios diarios consecutivos. Guerín es invitado a festivales para presentar su última película (“En la ciudad de Sylvia”) y, ni corto ni perezoso, se lleva su cámara de video para testimoniar su viaje alrededor del mundo (un mundo, como ya digo, dividido en festivales cinematográficos). Guerín, como un niño pequeño, trata de hacer los deberes y filma aquellos lugares donde le llama su deber profesional. Es como una justificación, parece decir “no me he pasado el día fuera, también he cumplido con mi obligación de director con una película que tiene que ser presentada en lugares serios (aburridos)”. Así, aparecen festivales como el de la Mostra de Venecia, que pasan por su cámara, eso sí, muy fugazmente. Parecen estar a la misma altura que las filmaciones que realiza en el hotel, cuando se va a descansar. En su habitación, vemos cintas y cintas que va grabando de sus viajes (una especie de metalenguaje cinematográfico ¿no?) y que ahora reposan, metidas en sus cajas y rotuladas, junto a la pantalla del televisor, esperando a ser montadas, para convertirse después en ese “Guest” que ahora contemplamos. La película podría convertirse en una especie de bucle en el cual el director no encontrara escapatoria. ¿Qué sería su siguiente filme? ¿Un recorrido de la película “Guest” por los festivales, como hizo con “En la ciudad de Sylvia”?
Lo poco que reconocemos de Guerín en este film es su voz y su eterna silueta con esa gorra que lleva siempre a todas partes. La imagen, aunque parece tomada de forma informal por esa pequeña cámara de viaje, es de lo más correcta. Guerín siempre juega con ese ir entre caballo entre el documental y la ficción. Lo vimos en el primer trabajo que lo hizo visible para la crítica (“En construcción”) y lo perfeccionó en su penúltima obra (“En la ciudad de Sylvia”). Ahora, en “Guest” lo observamos incluso con reminiscencias cinematográficas, haciendo uso de aquella neblina impresionista debussyana del film “El retrato de Jennie” de Dieterle. Guerín sale a la calle para encontrarse con lo más granado de la sociedad en cada lugar al que acude. Trata de dar voz a esos actores que, sin saberlo, se convierten en profesionales. Parece querer decir Guerín a sus retratados, en este filme, lo siguiente: “Aunque os creáis cantantes frustrados, debéis saber que ya pasasteis la prueba de canto más difícil, que fue la de cuando aprendisteis a hablar siendo niños”. Así, encontramos a fotógrafos amateurs que muestran orgullosos el trabajo de toda una vida, a cubanos contentos y descontentos con la política llevada a cabo en la isla, con evangelistas que transmiten la palabra divina y con aquellos que la discuten, con guías que muestran templos sagrados y niños que rompen ese aura jugando dentro de ellos… Todos tienen razón a su manera y Guerín democratiza sus voces (sin saber estas que un día se escucharán en salas de cine). Esta democracia parece llevarla también al aparato técnico con ese canto al viajero enamorado de retratar lo que ve en sus viajes, sea un experto o no manejando el artilugio que deja colgar de su cuello (cámara de vídeo, de fotos…).Y, aunque parezca que todo se satura en sonidos e imágenes, que la imagen no es del todo pura, una vez más caemos en la trampa. Si bien en audiovisual debe controlarse la imagen tomada, tratando de depurar el “escenario” hasta dejarlo con las mínimas cosas imprescindibles (al contrario que en dibujo o pintura, donde se parte de un lienzo en blanco-la nada- a ser rellenado) aquí todo esto no importa, porque se capta todo y el espectador hace caso a lo que quiere. En el “cine como tal” el espectador permanece clásicamente atento, con sus cinco sentidos, tratando de que no se le escape nada de cada uno de los fotogramas (de nuevo contrariamente a la pintura o dibujo, donde la obra puede contemplarse en su quietud e inmovilidad el tiempo que se quiera). En Guerín asistimos de nuevo a esa democracia de “Sírvase usted lo que quiera” de toda esa bandeja que se nos ofrece. Sin duda, un género bien interesante el del documental (en el cual, por lo que aquí se demuestra, pueden no existir los límites), y muchas veces no tenido en cuenta, no tomado del todo en serio por tantos y tantos puristas, que son más que número de santos y días del año.
El otro día, revolviendo entre los papeles de mi habitación, encontré un ejemplar del diario El Mundo dedicado a Francisco Umbral. El escritor acababa de fallecer y yo debí guardarlo por sentimentalismo barato. Ese sentimentalismo se había vuelto, a día de hoy, amarillo, casi ilegible y con un olor al polvo en el que tarde o temprano se convertiría, según dice una voz bíblica. Por curiosidad, me puse a ojearlo, y encontré algunas cosas bastante interesantes para lo que viene a ser esta profesión profana de escritor no profesional.
Umbral recordaba, en uno de los artículos, lo que César González Ruano le había dicho en una ocasión: “Un artículo es una morcilla. Dentro metes lo que quieras, pero tiene que estar bien atado por los dos extremos”. En otra página, se recuperaba una carta que su amigo Cela le había dedicado: “Lo primero que necesitaba un escritor para serlo de modo que mereciera la pena, no estreñida y obedientemente, era tener voz y voluntad propias, poco importa si poderosas y arrolladoras o tenues y lánguidas pero propias, inequívocamente personales y propias.” Ruano lo encuentro más lejos que Cela en cuanto a Umbral, pues estos dos últimos encajan perfectamente en cuanto a personalidad canalla. Umbral, persona y personaje, siempre me ha guiado a la hora de redactar un artículo. Trato de pensar qué haría Umbral a la hora de ponerse a escribir: “Si estoy normal, o ese día la columna me la suda, me pongo a ello y procuro no nutrirme de los periódicos, […] sino de cosas que he cazado por ahí, la noche anterior, en una conversación, viviendo, observando.” Curiosamente, una noche anterior bastante lejana, fui al cine a ver “Guest” de José Luis Guerín y, tras salir de la sala de proyección, me quedé con ganas de escribir sobre lo que había visto. No debía precipitarme: Guerín necesita de su poso. Por ello, Traté de hacer una excepción y me contuve una larga temporada para hacerlo, hasta el día de hoy. Me gustaría, ahora, inspirarme en Cela tanto como lo hizo Peckimpah (pues es sabido que admiraba del gallego su novela “la familia de Pascual Duarte) pero me temo que ahora tocan otros tambores y debo inspirarme en mí mismo, y más concretamente, inspirarme en aquella noche aciaga.
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