Por: Javier Mateo Hidalgo
Hay películas que
marcan una época, más allá de que los espectadores las recuerden
con el paso de los años. En ellas, surgen elementos que acaban
cobrando suficiente entidad como para escapar de aquel gran padre que
las engendró (en este caso los filmes gracias a los cuales pudieron
existir), volando fuera del nido como productos independientes. Es el
caso del film de 1946 de Marcel carné titulado “Les portes de la
nuit”. En él, pudo escucharse por primera vez aquella melodía que
posteriormente fue interpretada en multitud de versiones por las
voces más representativas del mundo musical del siglo pasado: “Les
feuilles mortes” (o, lo que es lo mismo, “Las hojas muertas”
aquí en España). Un título que ya forma parte del repertorio de la
canción francesa y que, sin embargo, fue compuesto en un cincuenta
por ciento por húngaro llamado Joseph Kosma, quien se encargó de
componer su melodía. De la letra se ocupó el poeta, dramaturgo y
guionista Jacques Prévert, uno de los escritores más relevantes del
panorama de vanguardia literario de la primera mitad del siglo
veinte. No solo formó parte del movimiento surrealista (a él se le
atribuyen inventos como el del famoso “cadáver exquisito”,
consistente en la creación de una obra grupal artística en la cual
ninguno de los ejecutantes sabe lo que hacen los otros) sino que
además fue miembro de la escuela patafísica y, para gloria del
parnaso francés, responsable de un grupo de libros poéticos y de
guiones cinematográficos legendarios, como el del filme que aquí
nos vamos a encargar de analizar. No obstante, la universalidad de
“Les feuilles mortes” ha acabado provocando que el público, en
la mayoría de los casos, solo sea capaz de tararear la melodía,
olvidándose injustamente de aquella letra tan maravillosa de Prévert
(y, en muchos casos, mostrando una total ignorancia acerca de los
nombres de los dos creadores de dicha canción).
Marcel Carné, uno
de los cineastas que mejor supo dotar de personalidad a un cine
francés por aquel entonces en búsqueda de identidad, ya había
sabido ganarse a la crítica con un puñado de títulos dignos de
figurar en cualquier enciclopedia de cine que se precie: baste citar
un par de títulos como “Hôtel du Nord” o “Les enfants du
paradis” para corroborar sta afirmación. Gracias a René Clair
(con el cual colaboró en sus orígenes) pudo construir unos
cimientos firmes con los que llegar a ser un director independiente y
apreciado por el público de la época. Además, supo rodearse de un
grupo de creadores de gran calidad, como los ya citados Kosma o
Prévert, o por ejemplo Alexander Trauner, uno de los directores de
arte más prestigiosos (llegó a colaborar con Billy Wilder u Orson
Welles). Los decorados de Trauner nos trasladan a atmósferas
estéticas fácilmente reconocibles por los cinéfilos más
veteranos. En ellas puede respirarse un aire de inverosímil
verosimilitud o, para ser más correctos, de “realismo poético”,
como así vino a definirse el estilo de los filmes de Carné. El
cineasta decidió seguir la estela propuesta por Jean Vigo, aquel
malogrado autor que supo consagrarse con una filmografía escasa pero
contundente (la muerte le sorprendió siendo aún joven).
“Les portes de
la nuit” es un film que apenas tuvo el éxito que merecía, aunque
no por ello deja de sorprender a las nuevas generaciones que dan con
él y lo disfrutan. Su estilo ha sido enclavado dentro del de “cine
negro”, aunque a mi juicio debería de escaparse de cualquier
clasificación. Su historia posee una fuerza nacida precisamente de
la sencillez y de la ingenuidad, de la huida de toda posible
complicación que solo conduciría al espectador a una innecesaria
confusión o aturullamiento. Como todas las películas de aquella
época, resulta deliciosamente naif, con unos personajes un tanto
primitivos aunque cargados de razones. No necesitan de mayor
definición porque de lo contrario serían incoherentes con la
historia en la que participan. Todos ellos tienen su biografía y
todos ellos acaban coincidiendo en un mismo lugar y en una misma
época sin que la crítica pueda decir que todo encaja demasiado bien
y puede resultar increíble. Es precisamente ese “destino”,
personificado en la figura del mendigo, el que justifica todas estas
coincidencias, construyéndose así un marco eminentemente ficticio e
imaginativo dentro de unos parámetros realistas deudores del momento
histórico que estaba teniendo lugar. Concretamente, la liberación
de París y el final de la Segunda Guerra Mundial. Una Francia
desolada que busca, con una fuerza imperiosa, su regeneración.
Prévert,
perteneciente al partido comunista pero no sujeto a él (de hecho se
le asocia más a las corrientes anarquistas), trazó un argumento de
tintes políticos en el cual resultaba necesaria una reivindicación
de corte progresista contra los excesos totalitarios de un régimen
nacional socialista que había devastado la concepción de ese viejo
Occidente.
“Les portes de
la nuit” realiza una radiografía, no exenta de maniqueísmo, no
solo de las diferentes formas de pensar políticas, sino de las
formas de actuar respecto de la ética y de la moralidad. Cabría
resaltar aquí la siguiente frase de Voltaire: "La estupidez
es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por
ella, sino los demás." En
el film en Carné, hay una reivindicación del sentido común por
encima de esa estupidez que puede conducir a la raza humana a su
propia extinción. Y, por si no fuera bastante, por encima de
cualquier idealismo siempre acaba imperando la dura realidad de la
vida, que se impone a todo intento de auto engaño por parte del
individuo y le hace poner los pies en la tierra, haciéndole ver que
ni siquiera en el cine son posibles los “finales felices”.
Entre
el grupo nutrido de intérpretes, cabe destacar a Yves Montand, para
el cual ésta fue su primera película y que, a pesar de ser
recordado más como cantante que como actor (de hecho, fue quien en mayor medida popularizó "Les feuilles mortes"), se desenvuelve a las mil
maravillas ante la cámara cinematográfica. Él acabó aceptando el
papel que originalmente iba a interpretar Jean Gabin, pero del que
acabó renegando debido a lo comprometido del mismo (un comunista que
consigue escaparse de la ejecución tras la ocupación de Francia y
vuelve, junto con otro compañero del partido que ha corrido la misma
suerte, para ajustar cuentas con aquellos que cobardemente realizaron
delaciones). Otros actores que el público reconocerá será el de
“Carette”, popular cómico que será recordado ante todo por los
personajes de los films de Jean Renoir.
A partir de los años cincuenta, el cine francés comenzó a tomar otros derroteros con el advenimiento de la Nouvelle Vague y toda una generación de nuevos creadores. El cine realizado por Carné comenzó a perder público, hasta que poco a poco se fue extinguiendo. No obstante, la histoire du cinéma le debe mucho a quien fue uno de sus padres fundacionales.
A partir de los años cincuenta, el cine francés comenzó a tomar otros derroteros con el advenimiento de la Nouvelle Vague y toda una generación de nuevos creadores. El cine realizado por Carné comenzó a perder público, hasta que poco a poco se fue extinguiendo. No obstante, la histoire du cinéma le debe mucho a quien fue uno de sus padres fundacionales.
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