El Cine como forma expresiva y estética

miércoles, 7 de junio de 2023

Perros de Paja (Straw Dogs), Sam Peckinpah , 1971

Por Javier Matero Hidalgo 


Si Garci consideraba su “Luz de domingo” un western asturiano, bien podríamos atrevernos a asegurar que la modernización de un género tal solo podría venir de manos de aquel que bien lo conoció y supo aprovechar sus últimas bocanadas, estertores o coletazos: Peckinpah.

El personaje que encarna este Dustin Hoffman de primera comunión, es un David Summer totalmente descontextualizado, traicionado en este entorno hostil hasta por su pareja sentimental, Amy, una Susan George deslumbrante y cegadora, desconcertante para la pérdida de los cinco sentidos (comunes). Este estudiante matemático se enfrenta a estas fuerzas irracionales, hechas de tripas y whisky. Quizá su comportamiento llegue a escamarnos, nos enerve hasta límites insospechados. Justamente la coherencia nos resulta antipática, democráticamente insoportable en esta pequeña villa londinense. 

Lo cierto es que Strawdogs resulta completamente hostil para los malacostumbrados que pre
cisan de cintas-transición como “El valle de la violencia”, “Los malvados de SilverCreeck” o la misma “Grupo Salvaje” del propio director. Esa violencia que nada intimida, que se convierte en mecánica de acción edulcorada: esos valientes que mueren con las botas puestas, que se cuentan por miles (tantos como los que caen en una batalla totalmente despersonificada, donde lo que habla es la masa de indios y vaqueros). Aquí no, aquí en este grupo de cinco perros de paja, los rasgos de estos cinco rostros son perfectamente descriptibles. Aquellos que engañan a un solo hombre, aquellos que no son por tanto, tantos aguerridos luchadores. Los que se enfrentan contra uno, resultan más creíbles que los quinientos contra el mismo contrincante (por mucho que el atrevido retador conozca de la filosofía oriental y sea capaz de dominar con su cuerpo tantas fuerzas opuestas que sobre él se ciernen). 


El valiente vaquero, o, al menos, el parsimonioso personaje, hace uso de la típica frase: “Prepárame café”. Cuando debe enfrentarse a una empresa, lo único que sale de su experimentada boca es la orden educada de tomar cafeína (fenomenal para controlar los nervios, todo sea dicho de paso). Bueno, creo que este comentario es injusto ¡pero es que me retrotrae a tantas películas…! Es, no sé, como una voz unificadora de tantos dobladores que uno recuerda y que desearía volver a escuchar… A veces, para mantener vivo el recuerdo, tengo el capricho de ver una película doblada para capturar de nuevo la misma sensación que de niño sentí… la obra completa (tal como yo la concebía).

Verdaderamente, volviendo a lo anterior, es esta estoicidad digna de algunos especímenes (dicho con cariño) de la vida real. La hija de mi tío, cuando pequeña, le preguntaba como duda ante este personaje a resolver: “Papá ¿este señor es tonto?” 

Bueno, finalmente no es tanta la tontería tonta junta. Sin embargo, así como aparece en un primer momento un personaje femenino infantil, provocador, vamos observando a lo largo de su historia cómo este descubre que a veces, los juegos, en la edad adulta, son bastante peligrosos. Sigue resultando, aún así, un personaje imán de odios para los espectadores. Es la perdición, junto a aquella casa de campo en las afueras y aquel personaje grandullón y atontolinado, del protagonista. 

Respecto a los ingenios técnicos, cabe destacar el montaje machacador en la psicología de la muchacha profanada. Eso de la violencia directa y explícita, no lo lleva bien el director. En lugar de la salsa de Ketchup, opta más bien por narices de sátiro, risas indigestas y reducción del campo de seguridad. Los juegos crueles de los “amenazadores invitados a sueldo” también ayudan a esta angustia que, con mayores o menores pasos, va acrecentándose en intuitivos avisos de lo que puede que suceda. 

Peckimpah, en todos los sentidos, es una bestia cinematográfica, y los demás, presas fáciles.


Publicado originalmente en blog El efecto fi (suprimido) el 3 – 3 – 10

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