El Cine como forma expresiva y estética

miércoles, 11 de febrero de 2015

Whiplash. Quiero ser como Buddy Rich

Por Vice

Una de las revelaciones del cine independiente del 2014, con Damien Chazelle en la dirección de su segundo film. Ha cosechado premios y menciones a su paso por varios festivales. Arrolladora visualmente, visceral y directa. Creada con un presupuesto heroico y alzándose como una de las propuestas cinematográficas más importantes de este año. Con una premisa nada deslumbrante, como es la de contar el aprendizaje de un batería de jazz.
Pero no ha estado libre de duras críticas, algunas provenientes del mundo del jazz, por no mostrarlo de manera más amable y en parte están en lo cierto. Presenta la cara más desagradable del jazz, la de la práctica de los jazz standards hasta agotar su brillo. Tampoco lo muestra con ninguna chispa de fusión y contiene una ausencia total de improvisaciones, en definitiva encontramos pocos atisbos de creatividad musical.
En lugar de esto lo que mueve el relato de Whiplash es la glorificación de la interpretación y la técnica. Aunque no sea justo para el género musical como escaparate, es necesario para concentrar todo el eje de la historia y el argumento sobre esa obsesión. Es un sorprendente ejercicio de contención por parte de Chazelle, reduciendo su experiencia como amante del jazz y su carrera frustrada como batería profesional a tan pocos elementos.
 También es gracias a esta renuncia por convertirse en un catálogo de la historia del jazz, lo que le lleva a aprovechar sus recursos expresivos y sus personajes al límite de sus consecuencias. Desde el principio la música es solo el vehículo, poco a poco te vas dando cuenta de que la vida del protagonista, Andrew, no ha sido más que un propicio campo de cultivo para desarrollar una obsesión compulsiva. Por la que dar la vida y otorgarle un sentido, cuando conoce a su profesor tiene el detonante necesario. 


Desde que J.K. Simmons inunda el aula con su fuerza de atracción, como si de un pequeño cosmos se tratase, sus alumnos intentan orbitar alrededor de su carácter con cierta prudencia para no llegar a quemarse ni quedarse fuera de la banda. Andrew (Milles Teller) destaca sobre el resto porque no le importa quemarse y acabar consigo mismo, si con ello puede seguirle el compás a su profesor. Nos vemos inmersos en un constante pulso donde la tensión no baja. El frenético montaje ayuda a que el ritmo no cesé, movido por el magnético conflicto entre ambos.  Tanto a la narración como a su protagonista, no le importa sacrificar líneas de diálogo en las relaciones familiares o sentimentales, realmente toda la energía se queda en la batería y las clases, mientras que sus relaciones se tornan frías y distantes. Esto es debido al compromiso creciente que le impone el profesor, lo único que puede ver en su horizonte. En todo el metraje no hay ningún momento en el que nos podamos esconder de su particular examen.
¿Pero es justo criticarla por todo ello? Si consigue ser tan potente es porque su relato  es sobre ambición y ansiedad, una crónica de autodestrucción, con lo que se puede decir que está libre de hacer a apología de todo aquello que presenta. Va directamente a la manida cuestión de si el fin justifica los medios, o la falsa resignación al trabajo duro y sacrificio como camino a la autorrealización. Para entrar en ella hay que aceptar sus reglas, en algunos puntos llega a abusar del uso de sangre, sudor y lágrimas. Y muchas de las situaciones de ambos sujetos caen a menudo en la hipérbole. Para quien busque algo más fidedigno o documental acerca de vivir del jazz, no atragantándose en él, si no respirándolo, siempre tendrá la imprescindible serie de David Simon, Treme. Por encima de su exageración, Whiplash consigue crear secuencias memorables, como la lucha entre los baterías aspirantes por interpretar la versión de Caravan de Art Blakey, y la desbordante muestra de talento en la dirección al representar la interpretación final.
La anécdota del enfrentamiento entre Jo Jones y Charlie Parker, ha sido convenientemente reinterpretada. Realmente a Jones no se le ocurrió tirarle un platillo a Parker a la cabeza, se conformó con tirarlo en señal de amenaza contra el suelo. De esta manera se entiende mejor como funciona esa historia quirúrgicamente en la trama. Toda una excusa para el profesor, lo que encaja muy bien con su amplia personalidad manipuladora.
Porque no todo es perfección técnica, y por mucho que Buddy Rich siempre lograra deslumbrar por su desmedida velocidad. Consiguiendo hacer que todos los flashes se alejarán de Art Blakey cuando compartían escenario. Si preguntas en una escuela de jazz a un batería acerca de quién es su mayor influencia, la elección favorita será el segundo por su colección de discos memorables, en contra de los solos del primero. Del mismo modo que tampoco está claro que Charlie Parker desafinara en ese concierto, es más que probable que su único error fuera improvisar demasiado o experimentar con claves más inusuales de lo debido. Lo que hacía que estos monstruos del jazz trascendieran, es que no se conformaron con interpretar magistralmente. Tenían que romper y empujar los límites del lenguaje musical. De esta misma manera Whiplash no se conforma con ser un relato motivacional complaciente, ni una oda al trabajo duro como aseveran algunas de sus críticas. Trasciende el género de las historias de superación personal cuestionando la validez del éxito, y mostrando que el coste personal y mental puede que no compense, ni sea un camino fácilmente reversible.

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