El Cine como forma expresiva y estética

domingo, 18 de septiembre de 2011

LA FIGURA DEL CHANTAJISTA EN “DOS SERES” DE DREYER Y “YO CONFIESO” DE HITCHCOCK


Por Javier Mateo Hidalgo

¿Qué tienen en común los siguientes Films: “El gran calavera”, “Encubridora”, “El crepúsculo de los dioses” y “Atraco perfecto”? En que ninguno de ellos hace justicia a su director. Ni Buñuel, ni Lang, ni Wilder, ni Kubrick aparecen reflejados en estas películas. Por tanto, podría decirse que quien ha visto este cine no conoce verdaderamente a sus creadores.
Caso aparte merecen filmes que si resultan coherentes con el universo personal del autor pero que nadie menciona a la hora de establecer una filmografía selecta. En este sentido, traigo a colación un par de películas que, a mi juicio, tiene bastante en común. La primera es de Carl Theodor Dreyer y se tituló aquí en España “Dos seres” (el título original es Två människor). La segunda, “Yo confieso” (“I confess”) de Alfred Hitchcock. En Dreyer, es costumbre encontrar un cine que trata el tiempo de forma pausada, que busca una narración ligada al interior de los personajes. “No hay prisa porque lo verdaderamente importante está ahí, y para comprenderlo se precisa de una atención total. Hay que lograr apartarse de la velocidad diaria capaz de someter al sujeto para que sea el sujeto quien marque los tiempos en virtud de sus necesidades.” Todo esto parece decir Dreyer en cada uno de sus trabajos. Sin embargo, “Dos seres” resulta un film ágil a pesar de las limitaciones a las que el propio director, voluntariamente, la somete. La narración se centra solo en dos personajes, y la acción se desarrolla en un solo espacio: el interior de una casa. Conserva, a diferencia de la otra, su esencia de obra teatral. La relación amorosa que hay entre estos dos personajes se ve truncada por un tercer sujeto que apenas aparece en la película. Está latente en los diálogos, en el recuerdo, en el destino de aquella pareja. El filme resulta, a mi juicio, el menos europeo de Dreyer, y se aproxima al canon de relato de la industria americana. En “Yo confieso” aunque la acción no ocurra en un interior, el tono intimista permanece anclado en la narración. En este caso, la figura de un religioso se encuentra con la de un antiguo amor. Tanto en este filme como en el anterior, ambas personas son chantajeadas. 
En “Yo confieso”, esa tercera figura que apenas aparece, que es casi fantasmal, tiene un rostro físico. Aparece como actor, aunque no habla. En la de Dreyer apenas reconocemos de él lo que nos permite su sombra reflejada sobre el techo de una estancia. Son personajes malvados, crueles, que apenas conservan rasgos de humanidad, y de tal forma son representados. También podría citar una tercera película en discordia, la de “El clavo” de Rafael Gil. En esta está también el malvado que gusta de jugar con la vida del bueno protagonista para someterla a sus caprichos. El final de las tres debería de ser terrible, pero… ¡Cómo son los de la Metro Goldwyn Mayer! En el último momento, Hitchcock se quedó sin su final fatal y tuvo que poner sobre la mesa otro más feliz. Algo así como los finales alternativos de “Casablanca” y “El chico” ¿no? El toque europeo, en este caso (y por paradójico que resulte) lo pone Montgomery Clift. Y, es que, aunque algunos apenas le recuerden, el fue pionero en el Actor´s Studio. Mucho antes que Marlon Brando, ya estaba él. Su interpretación en el film de Hitchcock fue alabada por Truffaut, mientras que Hitchcock no podía con él. Seguramente Truffaut debiera haber escrito un segundo libro después de “El cine según Hitchcock” titulado “Mis discusiones con Hitchcock”. Aún así, imagino que Truffaut, en su admiración, no se atrevería a contradecir al inglés. Y, no digamos, contar cotilleos (extraídos de las charlas y no publicados) a sus amigos. Algo así como ese secreto de confesión que está a punto de llevar a la muerte al personaje encarnado por Clift. Hitchcock, católico convencido (aunque contradictorio en sí mismo con esta cuestión), quería hacer de su padre Logan un mártir, pero tuvo que conformarse con hacer de él un héroe- o, peor aún, una víctima. Hay diferencias en el caso de Dreyer: en su film, los personajes no son tan maniqueos, tan figurines de atrezzo. Podemos ver en ellos la sombra de la duda, que les hace débiles: dudan, Sospechan, no confían en la persona que aman. Basta, para ello, una prueba todavía refutable. En Hitchcock nos encontramos con un público diferente, que no espera detenerse tanto en la historia personal de los personajes sino que pide formas de actuar esperables conforme a sus roles. Sin embargo, volviendo a la figura tenebrosa del chantajista, en este punto nada distan uno del otro. El abogado Villette y el científico Sander (y, ya que lo hemos mencionado, el indiano en el caso de “El clavo”) son el mismo en el imaginario colectivo, solo que en distintos lugares y épocas.


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