El Cine como forma expresiva y estética

martes, 22 de octubre de 2013

F. Quizá el suicidio de un hombre no importe tanto.

Por  CBV
Foto tomada de guidepost

Al terminar de ver por primera vez esta película, decidí que escribiría sobre la secuencia de la catedral de Chartres, que me causó una impresión bastante profunda. Lo sentí como algo personal, como si el cineasta estuviese hablando personalmente con cada uno de los espectadores, como si no estuviese rodado a propósito, como si alguien hubiese dejado la grabadora en marcha sin darse cuenta mientras Orson Welles se sinceraba con alguien que estaba junto a él, o con él mismo - farsa deliberada, por supuesto, pero efectiva para mí al menos. Sin embargo, recabando datos sobre la película y algunos asuntos relacionados con esta que me interesaron, descubrí algo que me impactó más que ninguna cosa del film: Elmyr D'Hory se suicidó en 1976 tras conocer que iba a ser extraditado a Francia para que le procesaran por fraude. Después de todo, este hombre que se nos presenta resuelto, orgulloso, elegante, versátil y seguro, acaba suicidándose ante el terror de ser procesado. La noticia me resultó inquietante, incómoda. Por supuesto, dados los precedentes, cabe no desechar la idea de que de nuevo, sea una farsa, pero si así fuera, bueno, por qué no concederle el placer de creérnoslo. Es patético. En su significado más clásico. Sí, posee cierto patetismo esa escena en que ese hombre, ya mayor y desesperado, con su resolución habitual, y es de esperar que bien vestido y con su porte gallardo y ligeramente femenino, que resulta decoroso y demasiado elegante, como regalado, decide que pondrá fin a su vida, sin importarle ya nada más que no pasar por el penoso y catastrófico trance de ser procesado por todas sus fechorías, las cuales ni siquiera considera punibles. Sería esta una escena con un dramatismo exagerado, patética y extraña, como si fuera el final de algún capítulo de Colombo  o Se ha escrito un crimen, o de un telefilme digno de estar puesto mientras uno se echa la siesta. No sé, me causa desconcierto pensar en ese hombre en esa situación, y ya no en ese hombre, si no en la condición que todo ello implica. Construyó una leyenda, en su momento, un ejército de fraudes auténticos que defendió y de los que se sintió orgulloso, y sin embargo, se eliminó del mapa sin preocuparse de dejar aquellas obras inválidas, huérfanas. Qué son esas falsificaciones sin su falsificador, siendo él alguien tan característico, con tanta personalidad y tan brillante. Qué es del arte sin el artista en el mundo actual. ¿Qué es lo que quería, que fuese su obra, formando parte de su obra las firmas de otros artistas y por tanto el hecho de su atribución fraudulenta, o que se alejasen estas obras de él y pasasen a formar parte del legado de aquellos padres de acogida a los que pretendían pertenecer? ¿Son sus obras falsificaciones, o su obra es, por entero, la falsificación, el hecho y el personaje? Quizá si Elmyr hubiese sido un personaje actual, los críticos le habrían alabado como artista plástico y conceptual, generando a su alrededor un discurso, un bastión, en el que aposentar su obra "fraudulenta" como una obra compleja de denuncia y reivindicación. Quizá hubiera podido acomodarse en su refugio discursivo y declarar, con el beneplácito del sanedrín artístico, que su obra no pretende plagiar o suplantar, si no realizar una crítica a través de un método concreto -la supuesta falsificación-, como el que coge a la Mona Lisa y le pinta un bigote. Quizá hubiese podido triunfar en ese sentido hoy en día, o quizá no, pero habiendo ocurrido todo en aquel momento y desde el punto de vista en que se dio a conocer, con su "obra" ya hecha, la cosa fue bastante distinta. No fue más que un falsificador -grande, sí, pero un falsificador, no un "artista"-, cuya obra propia tuvo menos éxito que sus fraudes. Algo patético, esta vez en un sentido más actual. Es como si sus obras, ya sin el autor, quedasen inválidas, sin un brazo o una pierna. Ya no dicen nada, si no está el gran personaje a su lado, con su elocuencia y gracia. Ya solo son imitaciones muy buenas de cosas que ya se hicieron. Innecesarias, tristes, endebles. Quedan solas como monumentos anónimos falsamente nombrados, cuyo interés es ya solo monetario, como el de tantas cosas mediocres. Quizá hubiese algo más detrás de ese suicidio. Quizá algo de rabia, de frustración, nunca reveladas, claro. "Maldita sea, yo debía ser eterno" puede que pensase, en un delirio de grandeza final. O quizá su valor, para él y para todos, fue siempre simplemente monetario. Quizá -y esto es lo más seguro- sea yo el que le da demasiadas vueltas. En cualquier caso no debería preocuparse. No creo, en realidad, que lo hiciera. Al fin y al cabo, como decía Orson Welles frente a la catedral de Chartres -y aquí soy yo el que con un delirio de grandeza cumple su deseo original- "Quizá el nombre de un hombre no importe tanto". Quizá su suicidio tampoco.

domingo, 6 de octubre de 2013

F for Fake, O. Welles, 1975

Por Jorge Monterde Ortega

Nos encontramos ante una película de gran interés tanto en sí misma, como en lo que corresponde a la temática y a las ideas que menciona relacionadas con el arte. Realmente, el punto hacia donde Orson Welles lleva todo el documental es a sus propias vivencias relacionadas con La guerra de los Mundos y sus problemas en Hollywood tras Ciudadano Kane, pero consigue establecer un contexto en el que la farsa, el engaño, la estafa, la falsificación... son los valores por los que todos los hechos contados se relacionen entre sí. Podríamos decir que encuentra el paralelismo entre sus vivencias y las de los demás personajes que aparecen (e incluso, se podría decir que siente verdadera empatía hacia ellos). Presta mucha atención en desarrollar no solo los acontecimientos relacionados con Elmyr y Clifford Irving, sino con los conceptos que cuestionan a cerca del mundo del arte. Me refiero a que no sólo le interesan los aspectos biográficos de estos acontecimientos, sino la reflexión acerca del arte que lleva consigo sus vivencias, lo que hace de esta, una película muy sugerente y rica en temas de debate.
Aunque la introducción (que dura los siete primeros minutos) responde a una fórmula habitual de estructurar un relato basándose en una síntesis simbólica del relato completo, es de gran interés pues resume, en cierto modo, el “funcionamiento” o incluso “las reglas” de la película, casi como si de un truco se tratase. En el inicio aparece Welles haciendo un truco de magia a un niño pero curiosamente simula que es a nosotros a quienes nos dedica el truco, pues además se refiere en un momento a la propia película que estamos viendo, a François Reichenbach (un componente de su equipo) y se pueden ver a los cámaras grabando. También cita a R. Houdin, que decía que “un mago es solo un actor, un actor que interpreta el papel de un mago”, y tras esto, sentencia que tiene lugar una introducción a la película, una película que trata de trucos, fraude y mentiras (estableciendo un juego con el final de ésta). Así, presenta la enigmática figura de Elmyr y a Clifford Irving. Y de esta manera, da paso a la secuencia que contiene los créditos iniciales (que los preceden imágenes de una versión de La guerra de los Mundos) que además tienen interés en el transcurso de la narración.
Los recursos utilizados y los juegos que nos propone en esta introducción los vamos a ver repetidos a lo largo del film o van a ser pinceladas de los acontecimientos a contar. La película no solo hablará de farsas, estafas o mentiras, sino que consigue que, en cierto modo, tenga en sí esa naturaleza de truco o engaño. Todo esto, está tramado con una dirección y un montaje realmente interesantes, y un ritmo que me ha parecido un tanto peculiar, además de ser otro tanto desconcertantes los momentos en los que Welles se refiere a la propia película. Realmente, mostrando el celuloide no está desvelando el secreto de “la película entendida como un engaño o como una farsa”, sino que lo hace más misterioso si cabe (pues estaríamos viendo la cinta que reproduce lo que estamos viendo).
Algunas frases dan que pensar realmente, y una de ellas, “el mundo del arte se ha convertido en una traición a la confianza”, puede tener mucho interés y se podría identificar con la visión del mundo del arte actual por muchas razones. Una de ellas puede ser que hoy en día, hay una cuestión muy relativa referida al valor de muchas obras de arte, y aunque no engloba la totalidad de las prácticas artísticas contemporáneas, sí que por las condiciones del mundo del arte contemporáneo, hoy en día se dan mucho valor a obras que se podrían cuestionar enormemente.

Otra de las frases interesantes con las que reflexionar puede ser: “lo que le permitió vender falsificaciones fue un nuevo invento: el mercado del arte”, y con esta: “si no hubiese expertos, ¿habría falsificadores?”. Si partimos del punto en el que si no hubiese expertos no habría falsificadores, podríamos pensar que esa clase de expertos en los que pensamos podrían ser resultado del mercado del arte actual, ese referido como “un nuevo invento”. Y estos expertos por lo tanto, entendemos que tienen la función de dictar lo que vale de lo que no vale, pero por consiguiente, para poder situar las obras en los diferentes precios del mercado. Por lo tanto, puede que gran parte de las valoraciones de las obras (sobre todo en últimas propuestas), tienen una función prácticamente monetaria. Y aunque las cosas no se hacen gratis, intentar valorar de la misma forma que siempre, algo que cada vez es más complicado puesto que cada vez existen propuestas más complejas, resulta algo muy poco interesante y casi sin sentido. Posiblemente el concepto de valor no es el mismo en todo el arte y que el valor y el precio deberían entenderse como conceptos diferentes.