El Cine como forma expresiva y estética

lunes, 31 de octubre de 2011

“CUANDO PASAN LAS CIGÜEÑAS” MIJAÍL KALATÓZOV (1957)


Por: Javier Mateo Hidalgo

Partiendo de que su título puesto como título (valga la redundancia) para este artículo me parece injusto en su traducción, el film de Kalatózov, que en realidad debería ser “Cuando pasan las grullas”, puede considerarse casi una obra maestra. Y digo “casi” por venganza a un profesor del colegio que siempre nos decía a la hora de poner las notas: “Un diez en un examen nunca os lo podré poner a vosotros, los alumnos. Yo siempre llevo el siguiente orden jerárquico: el diez es para Dios, el nueve para el profesor, el ocho para vuestros padres, el siete…” Total, que siempre acabábamos con un seis como nota máxima. Por otro lado, no nos llevemos a engaño: conseguir hacer una película de diez es casi un disparate. La cantidad de elementos que influyen en un resultado total resulta casi una batalla imposible de ganar. Eso sí, si trabajamos para un diez, siempre sacaremos un seis, mientras que si trabajamos para un seis, obtendremos un suspenso. Kalatózov procedía de toda aquella empresa mastodóntica que representaba el cine ruso de aquella época. Allí se luchaba siempre por el diez, y no se escatimaba en nada. Técnicamente, chapó.


Este film se encasilla (y digo encasilla por la maldita manía que tenemos de meter a las cosas en cajas, en departamentos) dentro del género de “cine romántico”. Ciertamente, lo que aquí se narra es una historia de amor. Pero, más allá de esto, hay un contexto histórico, una guerra mundial. Y. dentro de aquí, hay una circunstancia que obliga a los seres humanos a desenmascararse. La situación obliga a reaccionar de una u otra manera. Hay un dilema moral, hay una “realidad cruda” que hace que las personas lleguen a hacerse adultas tomando conciencia. No es momento para juegos, sino para decisiones que marcarán la propia vida para siempre. Durante toda la Historia, el hombre se ha acostumbrado a vivir con guerras o conflictos. Ahora, que parece lucharse contra este fenómeno, ahora que tratamos de negar el cainismo de la condición humana buscando eliminar los “bajos instintos”, ahora que buscamos la paz a toda costa  analizando la historia bajo prototipos maniqueos, ahora es cuando más extrañas pueden resultar estas películas. Pienso en el futuro viéndome como un abuelo que no podrá contar sus batallitas a los nietos y, además, que tendrá que defender una gran parte del cine que, poco a poco, va viéndose como “políticamente incorrecto”. Recuerdo la escena aquella del hospital en la que un militar se entera de que su novia se ha ido con otro mientras él estaba luchando en la trinchera. Alguien dice: “Esas mujeres son peores que los nazis. Ellas dan en el corazón”. Al principio, lo reconozco, la película me echó un poco para atrás. Estaba ya cansado de ver filmes rusos donde la lucha del hombre contra el hombre era el leit-motiv principal: “La infancia de Iván”, “Pasen y vean”, “El destino de un hombre”, “La balada del soldado”… Estaba cansado ya de ese cine político concreto, heredero de las situaciones tan brutales vividas durante el siglo XX. Todo fueron caídas: caída del zar, caída de Hitler, caída de Stalin, caída del muro de Berlín… Y, en cada momento, una visión particular, más abstracta o más concreta en términos estéticos. El mensaje de la película puede ser el siguiente: “Hay que ir a luchar al frente y estar dispuesto a dejarse la vida para tirar abajo la injusticia. Tenemos un deber como país, como personas íntegras que buscamos el bien universal.” Esto es, un sacrificio a título individual por un bien mayor. La visión comunista del Cristo en la Cruz. También puede haber más visiones, como esta: “La venda de nuestro egoísmo caerá y entonces nos daremos cuenta de que somos un todo que debe de trabajar unido, como perfecto engranaje.” Aquí tenemos a Boris, el soldado que se alista en el frente porque considera que es “lo que debería hacer todo el mundo”; luego está Mark el músico, el artista, ese ser individualista, narcisista, al que solo le importa hacer el arte y parece ajeno a las cosas importantes; después, Verónica, la novia del primero que no entiende que este la deje para irse a la guerra. En este sentido, podría encontrarse más cercana al artista en un principio, pero después, cuando va siendo consciente de que su novio hizo bien al tomar esa decisión, se acerca a este y se aleja del otro. Coincide también ¡qué casualidad! Que el artista, el músico, está enamorado de esta chica y trata a toda costa de poseerla. Connotaciones negativas para un tipo de comportamiento. Mark es abominable. Sin embargo, Boris es el ejemplo a seguir, tanto más si pretendemos matarlo en acto de servicio, buscando el “ideal”. Añadamos que Mark es la oveja negra de la familia, pues es el primo de Boris. Este tipo de personajes maltratados por mensajes ideológicos lanzados a diestro y siniestro, suelen caerme en gracia. Acabo poniéndome de su lado (pobrecitos, ellos contra TODOS). Me encanta su ataque de violencia tan inusitada, su insistencia para conseguir a Verónica. Aquella escena de intento de violación con nocturnidad y alevosía, en mitad de un bombardeo y en la ardiente oscuridad, solo puede igualarse a aquella otra de “La Tía Tula”, película de Miguel Picazo.


La cámara, por cierto, se desplaza como Pedro por su casa durante todo el filme. Algunas escenas grandilocuentes, como la de Verónica tratando de encontrar a Boris para despedirse de él cuando este parte a la guerra, pueden recordarnos a la otra película del mismo director “Soy Cuba”. Lo que en otra película se hubiera resuelto de forma mucho más sencilla con varios planos, aquí se nos presenta en uno solo, en el cual la cámara sigue al personaje vaya donde vaya, subiendo y bajando mostrando panorámicas y planos de detalle. No podemos olvidar el factor “extra”, pues la multitud allí concentrada representando a las familias que también salen a despedir a los otros soldados, no representa en absoluto un impedimento para el cameraman, que pasa a través de ellos “sin ningún problema”. En “Soy Cuba” la cámara llega a pasar a través de azoteas de edificios para seguir el júbilo del pueblo cubano ante la victoria de la revolución castrista. Hoy día uno se pregunta cómo diablos se consiguen todos esos sortilegios técnicos. Hay que imaginar, claro está, todo el trabajo que supone una dirección de actores de este tipo, depositando en cada personaje un rol concreto que el espectador tiene que captar en cuestión de segundos, cuando la cámara lo registra mientras busca otra cosa (en este caso a la protagonista). También, cómo no, recordar la escena de subida de escaleras del protagonista, que no por tratarse aparentemente de una escena más sencilla requiere de una menor complejidad. La película en sí, más allá de escenas anecdóticas, cuida meticulosamente la imagen creando, en este sentido, un diez sin ningún tipo de “peros”.  


El filme se encuentra cargado de emotividad. Es una película para observar desde la racionalidad y las tripas a partes iguales y aglutina toda una serie de cuestiones capitales dentro de la concepción del ser humano. Al finalizar el filme, uno logra comprender que, por encima de que “una película es hija de sus circunstancias políticas” está esa valoración universal que queda cuando todo lo demás ha pasado a la historia y ha caducado en el espectador contemporáneo.
El cine debe de envejecer dignamente. Si, después de todo esto, permanecemos impasibles ante lo que hayamos visto, solo podemos retirar de la circulación la película en cuestión y meterla en una vitrina de museo.
Palma de Oro en Cannes merecidísima.

viernes, 21 de octubre de 2011

GUEST, DE JOSE LUIS GUERIN (2010)

Por: Javier Mateo Hidalgo  


El otro día, revolviendo entre los papeles de mi habitación, encontré un ejemplar del diario El Mundo dedicado a Francisco Umbral. El escritor acababa de fallecer y yo debí guardarlo por sentimentalismo barato. Ese sentimentalismo se había vuelto, a día de hoy, amarillo, casi ilegible y con un olor al polvo en el que tarde o temprano se convertiría, según dice una voz bíblica. Por curiosidad, me puse a ojearlo, y encontré algunas cosas bastante interesantes para lo que viene a ser esta profesión profana de escritor no profesional.                 
Umbral recordaba, en uno de los artículos, lo que César González Ruano le había dicho en una ocasión: “Un artículo es una morcilla. Dentro metes lo que quieras, pero tiene que estar bien atado por los dos extremos”. En otra página, se recuperaba una carta que su amigo Cela le había dedicado: “Lo primero que necesitaba un escritor para serlo de modo que mereciera la pena, no estreñida y obedientemente, era tener voz y voluntad propias, poco importa si poderosas y arrolladoras o tenues y lánguidas pero propias, inequívocamente personales y propias.” Ruano lo encuentro más lejos que Cela en cuanto a Umbral, pues estos dos últimos encajan perfectamente en cuanto a personalidad canalla. Umbral, persona y personaje, siempre me ha guiado a la hora de redactar un artículo. Trato de pensar qué haría Umbral a la hora de ponerse a escribir: “Si estoy normal, o ese día la columna me la suda, me pongo a ello y procuro no nutrirme de los periódicos, […] sino de cosas que he cazado por ahí, la noche anterior, en una conversación, viviendo, observando.” Curiosamente, una noche anterior bastante lejana, fui al cine a ver “Guest” de José Luis Guerín y, tras salir de la sala de proyección, me quedé con ganas de escribir sobre lo que había visto. No debía precipitarme: Guerín necesita de su poso. Por ello, Traté de hacer una excepción y me contuve una larga temporada para hacerlo, hasta el día de hoy. Me gustaría, ahora, inspirarme en Cela tanto como lo hizo Peckimpah (pues es sabido que admiraba del gallego su novela “la familia de Pascual Duarte) pero me temo que ahora tocan otros tambores y debo inspirarme en mí mismo, y más concretamente, inspirarme en aquella noche aciaga.     
                                

“Guest” es una especie de columna diaria durante varios diarios consecutivos. Guerín es invitado a festivales para presentar su última película (“En la ciudad de Sylvia”) y, ni corto ni perezoso, se lleva su cámara de video para testimoniar su viaje alrededor del mundo (un mundo, como ya digo, dividido en festivales cinematográficos). Guerín, como un niño pequeño, trata de hacer los deberes y filma aquellos lugares donde le llama su deber profesional. Es como una justificación, parece decir “no me he pasado el día fuera, también he cumplido con mi obligación de director con una película que tiene que ser presentada en lugares serios (aburridos)”. Así, aparecen festivales como el de la Mostra de Venecia, que pasan por su cámara, eso sí, muy fugazmente. Parecen estar a la misma altura que las filmaciones que realiza en el hotel, cuando se va a descansar. En su habitación, vemos cintas y cintas que va grabando de sus viajes (una especie de metalenguaje cinematográfico ¿no?) y que ahora reposan, metidas en sus cajas y rotuladas, junto a la pantalla del televisor, esperando a ser montadas, para convertirse después en ese “Guest” que ahora contemplamos. La película podría convertirse en una especie de bucle en el cual el director no encontrara escapatoria. ¿Qué sería su siguiente filme? ¿Un recorrido de la película “Guest” por los festivales, como hizo con “En la ciudad de Sylvia”?       
                                                                   

Lo poco que reconocemos de Guerín en este film es su voz y su eterna silueta con esa gorra que lleva siempre a todas partes. La imagen, aunque parece tomada de forma informal por esa pequeña cámara de viaje, es de lo más correcta. Guerín siempre juega con ese ir entre caballo entre el documental y la ficción. Lo vimos en el primer trabajo que lo hizo visible para la crítica (“En construcción”) y lo perfeccionó en su penúltima obra (“En la ciudad de Sylvia”). Ahora, en “Guest” lo observamos incluso con reminiscencias cinematográficas, haciendo uso de aquella neblina impresionista debussyana del film “El retrato de Jennie” de Dieterle. Guerín sale a la calle para encontrarse con lo más granado de la sociedad en cada lugar al que acude. Trata de dar voz a esos actores que, sin saberlo, se convierten en profesionales. Parece querer decir Guerín a sus retratados, en este filme, lo siguiente: “Aunque os creáis cantantes frustrados, debéis saber que ya pasasteis la prueba de canto más difícil, que fue la de cuando aprendisteis a hablar siendo niños”. Así, encontramos a fotógrafos amateurs que muestran orgullosos el trabajo de toda una vida, a cubanos contentos y descontentos con la política llevada a cabo en la isla, con evangelistas que transmiten la palabra divina y con aquellos que la discuten, con guías que muestran templos sagrados y niños que rompen ese aura jugando dentro de ellos… Todos tienen razón a su manera y Guerín democratiza sus voces (sin saber estas que un día se escucharán en salas de cine). Esta democracia parece llevarla también al aparato técnico con ese canto al viajero enamorado de retratar lo que ve en sus viajes, sea un experto o no manejando el artilugio que deja colgar de su cuello (cámara de vídeo, de fotos…).Y, aunque parezca que todo se satura en sonidos e imágenes, que la imagen no es del todo pura, una vez más caemos en la trampa. Si bien en audiovisual debe controlarse la imagen tomada, tratando de depurar el “escenario” hasta dejarlo con las mínimas cosas imprescindibles (al contrario que en dibujo o pintura, donde se parte de un lienzo en blanco-la nada- a ser rellenado) aquí todo esto no importa, porque se capta todo y el espectador hace caso a lo que quiere. En el “cine como tal” el espectador permanece clásicamente atento, con sus cinco sentidos, tratando de que no se le escape nada de cada uno de los fotogramas (de nuevo contrariamente a la pintura o dibujo, donde la obra puede contemplarse en su quietud e inmovilidad el tiempo que se quiera). En Guerín asistimos de nuevo a esa democracia de “Sírvase usted lo que quiera” de toda esa bandeja que se nos ofrece. Sin duda, un género bien interesante el del documental (en el cual, por lo que aquí se demuestra, pueden no existir los límites), y muchas veces no tenido en cuenta, no tomado del todo en serio por tantos y tantos puristas, que son más que número de santos y días del año.