El Cine como forma expresiva y estética

domingo, 9 de junio de 2013

“FRESAS SALVAJES”. UN VIAJE HACIA LA INTROSPECCIÓN

Por Javier Mateo Hidalgo


Un día antes de ser homenajeado en la catedral de Lund, el eminente físico Isak Borg, de 78 años, se encuentra en el gabinete de su casa, esperando a que su ama de llaves le avise de la hora del almuerzo. Ante él, los retratos de su mujer Karin ya fallecida, su madre de casi cien años y su hijo Evald. Las primeras palabras que escuchamos, las pronuncia la propia voz del protagonista:  
“Las conversaciones suelen reducirse en comentar y censurar la manera de ser y el comportamiento del prójimo. Y esto ha sido lo que me ha llevado a renunciar de manera rotunda a esa vida social. He pasado toda la vida sobrecargado con un trabajo agobiante, pero me siento satisfecho de haber vivido así. […] Creo que debo añadir un dato más: Yo soy un viejo pedante, y esto como es natural ha causado molestia tanto a mí mismo como a los que viven junto a mí.”
Con este prólogo comienza el filme “Fresas salvajes”, de Ingmar Bergman. Para quienes se encuentren ya familiarizados con la obra del cineasta sueco, esta película será, como el resto de su extensa filmografía, un ejemplo más de su coherente visión del ser humano, influida evidentemente por sus propias vivencias. El individuo para Bergman resulta, debido a su complejidad, una fuente inagotable de investigación. Introducirse en su psicología, comprender más sus sombras que sus luces, resulta fascinante. Unas sombras que se potencian todavía más con este blanco y negro capaz de expresar hasta extremos impensables el carácter siempre vivo de sus personajes. Este “expresionismo” tan valorado por Bergman, tuvo sus orígenes en los del cineasta, esto es, en el teatro. El cineasta valoró siempre la capacidad de sus actores de transmitir en escena, ya fuese sobre las tablas escénicas o en los decorados de unos estudios cinematográficos. Tuvo, además, la suerte de contar para la fotografía de sus filmes con Sven Nykvist, uno de los pocos artesanos en su oficio que nos hizo creer que la iluminación trabajaba a su servicio, y no al revés, incluso en ambientes naturales.
Tras este prólogo bergmaniano a propósito de ese otro prólogo de “Fresas salvajes”, conviene repasar la voz en off primera del profesor Borg. De ella, deducimos su condición solitaria, parapetada en el estudio racional de la física, apartado de toda pasión o elemento que remita a los sentimientos. A partir de este momento, el momento en el que nos unimos a él como espectadores de su película, el anciano comenzará dos viajes que en realidad son uno solo: el viaje hacia Lund, donde se celebrará su jubileo doctoral, y el viaje hacia una reflexión de su propia vida.     
Aristóteles hablaba de la Anagnórisis, término que hacía referencia, como recurso narrativo, al “descubrimiento por parte de un personaje de datos esenciales sobre su identidad, sus seres queridos o su entorno, ocultos para él hasta ese momento”. Es evidente que para que un personaje descubra algo dentro de él, ese algo debe de existir previamente, aunque permanezca “dormido” en su interior. De ello depende la verosimilitud de un relato. Isak Borg comenzará a redescubrirse en este viaje, un viaje que será el marco del filme.
Un individuo puede conocer cosas de sí mismo no solo valiéndose de su propia consciencia. También cuenta la opinión que de él pueden tener los demás, e incluso la invocación de los recuerdos o los sueños.
El primer propio punto de vista acerca del profesor lo recibimos, por tanto, de él mismo. En esta definición que sobre sí mismo hace, encontramos algunos elementos interesantes: el primero de todos hace referencia a la visión que tiene de los demás, la cual reduce de una forma categórica y taxativa, mostrándonos su vertiente “censuradora”, por así decirlo. En la segunda parte, advertimos una negación de la realidad por su parte, puesto que ese autorretrato que él quiere hacer positivo intuimos que no lo es tanto debido a sus pequeñas dudas, a sus “peros” (incluyendo la referencia a su “pedantería).

  
Tras el prólogo inicial seguido de los parcos títulos de crédito a los que Bergman nos tiene acostumbrados  (aderezados, eso sí, con una banda sonora que se ha vuelto inseparable ya del resto de la obra), asistimos a una pesadilla que esa misma noche padece el personaje: en ella, camina por calles desiertas de edificios abandonados (lo que alude a su marginación social). Cada casa tendrá las paredes y ventanas tapiadas (esto indica que el personaje no quiere ver lo que hay dentro de la casa, de “su casa”). En una de las fachadas, hay un reloj sin manecillas bajo el cual surgen dos ojos de mirada penetrante (el tiempo se le ha acabado y los ojos que le miran lo acentúan). Borg sacará un reloj de cadena que tiene guardado y comprobará que éste se encuentra también desprovisto de las manecillas correspondientes. A continuación, se percatará de un sujeto que le da la espalda y al posar su mano sobre su hombro, éste se girará y mostrará un rostro de rasgos aplastados (ello nos habla de la represión que el protagonista se auto-ejerce). Por último, un carruaje fúnebre pasará ante él. Una de las ruedas chocará contra una farola y acabará separándose del resto del coche, volcándolo y provocando la caída del féretro. Éste se abrirá ante él y verá que quien se encuentra dentro es él mismo (de nuevo, la referencia al final de su tiempo, a la muerte).
Este sueño nos ha permitido conocer un poco más acerca del personaje. Una mirada no consciente contada por él mismo.


Al día siguiente, Isak preparará su equipaje para ir en automóvil hasta Lund. Surgirá un tercer personaje, su nuera Marianne, que ha estado viviendo con él y que va a volver a su lado hasta Lund, donde se encuentra su marido e hijo de Isak, Eval. La relación de ambos se encuentra en un periodo crítico y Marianne ha decidido poner tierra de por medio durante un tiempo al lado de Isak. Eval es un personaje traumatizado, cuya personalidad se ha ido construyendo o, mejor dicho, deteriorando, debido a la educación recibida por su padre. 
Durante el viaje asistimos a una serie de reproches de Marianne hacia Isak. Le retrata como un ser egoísta incapaz de mirar por los demás, ni siquiera por aquellos más cercanos a él. Él repetirá en varias ocasiones: “¿Yo dije eso?” lo que nos da una idea de su propia inconciencia respecto de este asunto, a todas luces tan importante en su vida. Ya tenemos por tanto una tercera mirada, la del otro (su nuera y su hijo).
En un momento del viaje, el coche se detendrá ante la casa en la que Isak pasó sus años de juventud. Allí, comenzará a revivir imágenes del pasado (imágenes que curiosamente no pudo presenciar pero que intuye), como aquella en la que su hermano, Sigfrid, le arrebatará a su primer amor, Sara, debido precisamente a su desatención, a su poco cuidado en mantener el afecto que los demás pueden profesarle, tan ocupado como siempre anduvo en sus propios pensamientos, a su vida interior.


Alguien saca a Isak de su ensoñación: se trata de una chica idéntica físicamente a su antigua novia Sara, que estará acompañada por dos chicos jóvenes: Anders y Víctor. Uno representa la fe y otro la racionalidad, posturas entre las que se debatió Bergman a lo largo de su vida. El trío de muchachos le pedirán a Isak y a Marianne viajar con ellos en el coche, ya que van en la misma dirección y ellos no poseen un medio de transporte. Así pues, el viaje se reanudará con cinco pasajeros en total. Isak irá poco a poco enamorándose de esta nueva versión de Sara, que le recordará aquellos tiempos de juventud que él echó a perder con su actitud. Esta nueva Sara es moderna y se encuentra llena de carácter, teniendo dominados a estos dos chicos que se la disputan. Por encima de la fe y de la razón está el amor, parece decirnos Bergman, como conclusión a sus reflexiones.  
Durante una parte del trayecto, sufrirán un accidente con otro coche. Éste, al quedar defenestrado, hará que el matrimonio que viajaba en él se incorpore al otro automóvil. Esta pareja reflejará la forma de ser de Isak en sus relaciones amorosas: una actitud autoritaria y machista, capaz de destruir a quien la sufre.
Otra de las paradas interesantes dentro de este periplo será la de la visita de Isak a su madre centenaria. Ella nos ayudará a comprender la forma de ser de su hijo, educado por él. La madre se queja de no recibir apenas visitas de sus hijos (Isak tiene nueve hermanos) y se jacta de tenerles en vilo porque no se muere y no pueden recibir su herencia.
Tras volver al auto, Isak tendrá un nuevo sueño bien significativo: se reencontrará con Sara, con la que mantendrá un diálogo. Ella le obliga a mirarse reflejado en un espejo que le muestra. Esto causa dolor en Isak, a lo que ella dice: “Siendo un médico tan eminente deberías saber por qué te duele… Pero no tienes ni idea. Aunque tu sabes muchas cosas en realidad no sabes nada.” Después, Sara se despedirá de él para ir a cuidar a un niño (esta figura maternal le recuerda a Isak a la falta de atención que su madre tuvo con él, lo que quizá provocó su actitud posterior con las mujeres que conoció).


Después, se dirigirá a la casa en la que entró Sara. A través de uno de sus ventanales,  asistirá a una escena íntima entre ésta y Sigfrid. Esta imagen terminará difuminándose ante su mirada. La puerta se abrirá y aparecerá Alman, aquel hombre que tuvo el accidente de automóvil con su mujer. Le ofrecerá entrar en la casa y, una vez dentro, le conducirá hasta una habitación donde está teniendo lugar un examen. Alman es el examinador e Isak, como si fuese todavía un estudiante, el examinado. Tras pedirle su papeleta de examen, Alman le presentará  la primera prueba, consistente en identificar unas bacterias a través del microscopio. Isak no consigue ver nada a través de él. El examinador le contestará que el microscopio funciona perfectamente, concluyendo que es él, Isak, el que no ve. Después, le pedirá explicar una frase apuntada en la pizarra. Isak no la entenderá: “¡Es un jeroglífico y yo soy médico! Alman le contestará: “Perfectamente, pero sepa usted que lo que está escrito es el primer deber de un médico. ¿Es que no sabe usted cuál es el primer deber de un médico? Al ser Isak incapaz de recordarlo, Alman le responde: “El primer deber de un médico es pedir perdón”. Después, realiza unas anotaciones en un papel y sigue: “Otra vez es usted culpable de culpabilidad. Haré constar que usted no ha comprendido la cuestión”. Isak pregunta: “¿Y esto es un agravante?” Alman se lo confirma de este modo: “Desgraciadamente”. La nota que finalmente le pone tras el examen es la de “incompetente”. “A parte, profesor Borg, se le acusa de otra porción de cosas que parecen menudencias pero son gravísimas: insensibilidad, egoísmo, falta de  consideración… Son quejas presentadas por su esposa”.


Después, Alman acompaña a Isak fuera de la casa, y ya en el campo le muestra una escena en la que Karin le está siendo infiel. Ella misma dice: “Ahora iré a casa y se lo contaré a Isak y se lo que el me dirá palabra por palabra: ‘Pobrecita mía, que lástima me das’ -como si él fuera el mismo dios -. Y yo me pondré a gimotear: ‘De verás te doy mucha lástima…’. Y el me dirá: “Yo siento un inmensa piedad hacia ti”. Y yo seguiré llorando un poco más y le preguntaré si el me puede perdonar. Y el me dirá: “No tienes que pedirme perdón. Yo no tengo nada que perdonarte”. Es más frio que un tempano. No siente nada de lo que dice. De pronto se pone tierno y yo le grito que no sea loco y que toda esta fingida generosidad me dan ganas de vomitar. Pero me dice que va a traerme un sedante, que no deje de tomármelo y que él lo comprende todo. Yo le digo entonces que toda la culpa es suya y con una cara muy compungida y se confiesa culpable de todo. Pero a él le importa todo un pito porque es un témpano”.
Ante esta escena, Isak le preguntará a Alman por el paradero de su mujer, y Alman le responde con crudeza: “Ya lo sabe. Se fue. Todos se han ido. Todo es silencio. Todo ha sido extirpado doctor Borg. Una obra maestra de cirugía. Sin dolor, sin convulsiones, sin hemorragia”. Isak entonces le pregunta a qué pena se le condena, siendo esta la respuesta: “No se, supongo que a la de siempre […] La soledad”. Isak formula su última pregunta: “¿Y no habrá gracia para mí?”. Alman le se lava las manos.
Poco a poco, Isak irá siendo consciente de todas estas cosas, almacenándolas en la maleta de su viaje, viéndose con ello su actitud modificada a partir de ahora. Ese témpano, utilizado por su mujer en el sueño para definirle, irá poco a poco derritiéndose, para dar lugar a un agua calma, serena. La dureza dará paso a una suavidad, y de todo esto dará cuenta en sus pensamientos justamente en el momento más solemne de la ceremonia en la catedral de Lund.



“Fresas salvajes” representa una de las obras más significativas de Bergman. A pesar de su trasfondo pesimista, cabe todavía una luz de esperanza, que es la que redime al personaje de Isak de forma definitiva.

Para el film, Bergman consiguió contar con la figura de Victor Sjöström, cineasta sueco de los orígenes del cine (guionista, director y actor) al que admiraba desde su infancia. El rodaje con él no se encontró exento de problemas: Sjöström se comportó de una forma estrafalaria a lo largo del mismo. Solo tiempo después, Bergman comprendió que ello era debido a su temor a no estar a la altura del proyecto, unido al temor de que la enfermedad que padecía le superara.