El Cine como forma expresiva y estética

miércoles, 11 de enero de 2012

EL ESQUELETO DE LA SEÑORA MORALES

Por: Javier Mateo Hidalgo

Habrá quien a estas alturas hable todavía del cine de Luis Buñuel sin mentar a Luis Alcoriza. Habrá quien mente a Buñuel y olvide su etapa mexicana. Peor para él. Todo el mundo habla de “Un chien andalou” pero pocos se refieren a “Los olvidados” o “Ensayo de un crimen”. Corrían los años cuarenta. “Don” Luis (casi como “Sir” Olivier) había saboreado de forma temprana las mieles del éxito (o de la polémica, que en algunos casos viene a ser lo mismo). Había pasado por Francia consiguiendo asustar a la propia vanguardia que allí venía germinándose. Su surrealismo era mucho surrealismo para Bretón and company. Después, vuelve a España y consigue que el gobierno republicano se sienta incómodo sobre la visión que da de un pueblo que parece encontrarse en la Edad Media (incluso Marañón puso el grito en el cielo). ¡“Las Hurdes” si que parecían surrealistas! De allí se va a Nueva York a trabajar en la cineteca del Museo de Arte Moderno. Entre algunos de los trabajos que se le asignan, destacar el de convertir “El triunfo de la voluntad” de Riefenstahl en un alegato antinazi. De allí también se va con un puntapié en el trasero. ¿A dónde se dirige? A México. Allí, comienza su etapa “alimenticia”, esa que algunos “expertos en la materia” denigran en casi su totalidad por tratarse de un cine de calidad inferior (mejor entonces no hablemos de su etapa como productor en “Filmófono”). ¡Nada más lejos que Calanda! ¿Podría Buñuel explicarse- a pesar de muchos- sin mentar filmes como “El ángel exterminador” o “Él”? (una película tan personal que debiera de llamarse “Yo”, Oti Rodríguez Marchante dixit) se encontraba entre las preferidas de Lacan y Hitchcock. ¿Y quién estaba detrás de casi todas ellas? Luis Alcoriza, otro aragonés. En total, ocho guiones. Su pluma afilada también dio con su exilio en Méjico. Los dos colaboraron engrandeciendo el cine que allí se hacía. Formaron parte de la época dorada. Uno de los títulos más valorados por los mejicanos es sin duda “El esqueleto de la señora Morales”.


Ya no estaba Buñuel en la plantilla pero había algunos elementos que continuaban fijos, además de Alcoriza: estaba, por ejemplo, la música de Raúl Lavista (compositor cinematográfico mejicano por excelencia) y actores como Arturo de Córdova. La película puede encuadrarse dentro del género de humor negro. La “Señora Morales” en cuestión es una sorprendente Amparo Rivelles mejicanizada hasta el tuétano. Su personaje nos habla de una cierta moralidad católica que aún hoy día prevalece en sus últimos estertores. Quizá de aquí a algunos años quien vea la cinta ya no reconozca en la realidad esta forma de ser. Tal vez le parezca incluso cinematográfica. En cierto modo la película tiene un carácter exagerado y ello es debido a las situaciones cómicas que se plantean. No en vano hay momentos donde la carcajada se pierde y entonces podemos sentirnos preocupados, no ya por la situación de los personajes sino por la sociedad que los ha creado. Dichos estereotipos traspasan por arte de birlibirloque la pantalla y dejan de resultar caricaturas para convertirse en individuos que reconocemos perfectamente, que hemos visto mil veces. La parodia en sí no hace sino acentuar la realidad para hacerla todavía más palpable. Por un lado la disfrutamos al comprenderla como ficción y por otro lado nos hace reflexionar con su parte verosímil. Esa realidad puede servir perfectamente para crear un relato casi gótico en cuanto a lo psicológico se refiere.


La señora Morales es una mujer posesiva, controladora, manipuladora, en contra de cualquier tipo de diversión. Su marido, todo lo contrario a ella, vive “mortificado” en el sentido más explícito de la palabra. Está cansado de no ser correspondido por su mujer (que para colmo es tullida), la cual ve en él a un pecador. Sin embargo, esta no quiere separarse de él. “Lo que Dios ha unido, solo la muerte lo separa”. Pero no ya es solo su mujer, sino su cuñada, el marido de esta, el párroco y las beatas del lugar. Todos parecen conchabados para hacerle la vida imposible. Él, que cuanto más recto es peor le va, como diría Sade de su Justine. Por si fuera poco, posee un trabajo no muy agradable: es taxidermista. Algo así como le pasaba a la hija de Juan Simón, que nadie la quería por tener por padre a un enterrador. 
El guión está basado en el cuento El misterio de Islington del galés Arthur Machen, uno de los creadores del "Horror Naturalista" y gran influencia para escritores como H. P. Lovecraft. Alcoriza, de forma astuta, adapta la historia personalizándola con un fondo de mala uva patente. La crítica mordaz se construye con un chiste tras otro. Esto contrasta con la labor de fotografía, con esa forma de colocar la cámara (aprovechando el matiz que da el blanco y negro) para transmitir sensación de inquietud, de desasosiego. La batuta de dirección cayó en manos de Rogelio A. González, realizador de gran parte de las historias de las películas de Pedro Infante.


Arturo de Córdova, vertebrador principal de toda la historia, hace de su papel un personaje legendario. Dentro de su currículum cinematográfico, esta interpretación no se escapa de esa oscuridad que tanto se empeñaban en asignarle. Hasta cuando hace de bueno tiene un límite. Podría decirse que Pablo Morales acaba convirtiéndose, a su pesar, en Arturo de Córdova. El público comprende esta transformación. El ambiente en el que se desenvuelve el personaje resulta verdaderamente oprimente. Hasta el mismísimo santo Job acabaría perdiendo los papeles. Lo que nunca aprenden los personajes encarnados por este actor de carácter es que toda maldad tiene su castigo (al menos en las películas) y ello siempre le condena, aunque paradójicamente la película sea de humor. 
Una delicia oculta para muchos, como lo son también Alcoriza y las películas mejicanas de Buñuel.