Por Clotilde J. Bandera Gallego
En un ambiente de corrientes existencialista y deconstructivista Fellini realiza “ La dolce vita “, hay alusiones en sus conversaciones que muestran sombras de estas tendencias : “en mis películas no sugiero soluciones , no ofrezco métodos , no propongo ideologías : me limito a ser testigo de lo que me sucede , a interpretar y expresar la realidad que me rodea”.
Sin embargo Fellini parece estructurar “La dolce vita” en trece secciones algo que recuerda a la Divina Comedia (escrita en trece cantos). Marcello, hilo conductor de la historia, como Virgilio servirá de nexo en una serie de noches y mañanas cuyo orden no atiende a ningún método específico. Pero Marcelo también parece personificar la mirada de Fellini, consiguiendo así una original técnica expositiva mediante el doble personaje.
La película se inicia con la mirada al cielo de unas mujeres atraídas por el ruido de un helicóptero que porta la figura de Cristo( uno entre los varios elementos religiosos que usa Fellini con frecuencia como símbolos críticos). La estatua sobrevuela lo que será el escenario; Roma. El ruido de las hélices se superpone a las voces de los jóvenes, hasta que son sustituidas por las campanas del Vaticano, basta un acercamiento de la cámara a los edificios para intuir que la imagen va descendiendo a la ciudad.
En otra escena, vemos la casa de Enma, la novia de Marcelo que ha intentado suicidarse. Un largo pasillo de paredes desnudas y varios cubos de pintura en la entrada nos da esa sensación del compromiso que no se termina de concluir: Fellini gusta de recoger lo marginal, lo anecdótico, y así construye el otro relato oculto, el de los detalles y los símbolos.
El episodio mitológico de Anita Ekberg es uno de los más atrayentes. Comienza en esa fiesta donde el hombre con apariencia de fauno baila con Sylvia que evoca a la ninfa, la música llega a alcanzar el mismo nivel de sonoridad que las imágenes, estableciendo una especie de sinfonía. Todo ello unido a la manipulación de la luz, característica del cine expresionista, trae a la memoria cuadros de Rembrandt o los frescos dionisiacos de Pompeya.
Es destacable la escena en la que Sylvia encuentra un pequeño gato que acaricia y deposita en su cabeza mientras pasea por las calles, esta aptitud nos revela su debilidad a la vez que su virtud protectora. La iluminación se presenta como charcos de luz que contrastan con la oscuridad, y la acción se va envolviendo en una especie de atmósfera mágica que proviene de varios fundidos continuados percibidos como una insinuante nebulosa de ensoñación que se pierde en el tiempo.
El momento mas mítico se alcanza en la fuente de Trevi, los planos fundidos encadenados dan paso a una secuencia que se resuelve con planos fijos y algún que otro de seguimiento. Ella exclama al ver la fuente presidida por Neptuno “My God” y se adentra en las aguas proyectando la imagen de una nereida, llama a Marcelo que va a su encuentro, se suceden imágenes de gran sensualidad hasta que la fuente calla y un beso queda suspendido en el aire como ese ideal inalcanzable que solo se queda en el placer de soñarlo, el paso a la realidad es casi ridículo y cómico a la vez, un hombre en bicicleta con una caja en la cabeza los observa.
La muerte de Steiner y sus dos hijos es el capítulo de mayor crudeza. En escenas previas al suicidio, Enrico habla poéticamente acerca de la soledad y el miedo al futuro, que recuerda a la poesía existencialista de la Italia de los 60 que estuvo representada por Cesar Pavese, intencionalidad que Fellini refleja al darnos la clave con un rótulo en uno de los coches de los periodistas que intentan cubrir la noticia ,en donde se lee “Sera Paese”. Varias tomas escalofriante: el cuerpo rígido sin vida de Steiner sentado en el sillón, la llegada de su esposa a la que rodean los periodista desconociendo lo ocurrido, pero la más terrible es la que ejecuta la cámara al realizar un acercamiento a las camas vacías de los niños, y es que Fellini narra con la cámara, haciéndola funcionar como las reglas gramaticales funcionan en la escritura.
La pretendida orgía tiene matices decadentistas. Marcelo y los asistentes de alguna manera pretenden la evasión de la realidad cotidiana. Fellini llena el escenario de personajes, sin embargo los diálogos que parecen superficiales, consiguen dejar patente la soledad de los interlocutores. Se habla de amor pero es evidente que no existe, la seducción termina en un artificio y así deja al descubierto zonas recónditas de la sensibilidad y del inconsciente.
Al salir de la fiesta los invitados observan que algo está sucediendo en la playa y se acercan. Estas últimas escenas reúnen una serie de elementos de síntesis que recuerdan al cuadro del nacimiento de Venus de Botticceli, velos flotando, vestidos de gasas agitados por la brisa entre troncos de árboles y al final, en la orilla, el monstruo marino de forma ovalada que parece evocar la concha de donde nace la diosa. Puede que extrapolando las imágenes, la joven que desde la orilla hace señas a Marcelo simbolice a Venus. Aunque si diéramos otra vuelta de tuerca y volviéramos al paralelismo encontrado entre la Dolce vita y la obra de Dante podríamos llegar a la conclusión que al igual que La Divina Comedia, finaliza en el trigésimo canto con la visón de la divinidad de la Virgen, Fellini concluye también con la imagen de la adolescente-niña.
En definitiva, nos encontramos ante una película en la que la percepción y las sensaciones se van transmitiendo a través de imágenes metafóricas , símbolos y otros elementos como luces y sonido empleados retóricamente. Esto la hace susceptible de una gran riqueza de significados y al desentrañarlos se llega a la conclusión de que la vida es una amalgama de sentimientos y aptitudes que lejos de concretarse en una idea abre nuevas incógnitas y Fellini intenta contárnosla de una forma terrible y dulce a la vez.
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