El Cine como forma expresiva y estética

martes, 12 de julio de 2011

UN CUENTO DE TERROR CINEMATOGRÁFICO: JOSE MARÍA SÁNCHEZ SILVA

Por: Javier Mateo Hidalgo

Deseo escribir este texto con la mayor fidelidad a mí mismo de la que sea capaz. El título del mismo no es baladí, y quiero por ello justificarlo tratando de ser preciso en mi opinión personal. Para ello, he de realizar un viaje hacia los traumas del pasado. El filme que ahora paso a describir, lo debí ver de bien niño, en uno de esos maratones televisivos de Semana Santa. Marcelino  quizá sea el film menos históricos de cuantos se puedan emitir (me refiero a “Ben-Hur”, “Quo Vadis”, “Los Diez mandamientos” o “Rey de Reyes”). Este filme no es ni mucho menos un “Peplum”. Nos encontramos ante un cuento de José María Sánchez Silva, autor de otros relatos como el de “El hereje”, que después pasará a comentar brevemente. La religiosidad está presente, qué duda cabe, empezando por los frailes y terminando en el niño, en su experiencia espiritual al entrar directamente en contacto con Jesucristo. 



El director, Ladislao Vajda, fue un húngaro admirador de Fritz Lang que recaló en la península ibérica yéndole bastante bien. Sus éxitos alcanzados, curiosamente, fueron los siguientes, aparte del filme del que aquí hablamos: “Mi tío Jacinto” y “El cebo”. En ellos, los niños son los protagonistas. Como ya he dicho antes, Vajda se consideraba un fan de Lang, y no dudó en utilizarle como excusa subterránea para la última cinta de las que he mencionado. Esta, no es ni más ni menos que un homenaje a “M, el vampiro de Düsseldorf”. ¿Qué es lo terrible de todo esto? Que el co-protagonista, junto a la figura del niño, es su asesino. Y aún podemos ir más allá. El criminal actúa fuera de casa, cuando su “mujer” no está delante para coartarle, “expresándose libremente y sin ataduras”. Eligiendo siempre como lugar de sus fechorías el bosque, encandila a los niños con marionetas, para llevarles al huerto. Vajda no duda en “matar” también a Marcelino, si se me permite decirlo. La fábula es todavía más terrible: Marcelino, huérfano, consigue volver a estar de nuevo con su madre gracias a la intercesión de la figura de Jesús, al cual se presenta terroríficamente. Este análisis quizá sea demasiado actual. Por ello, creo que la palabra que mejor se ajusta a la descripción es “sobrenaturalmente”. Una talla en madera cobra vida. Esa talla se guarda en un desván, y a este lugar le está terminantemente prohibido subir a Marcelino. ¿Por qué los frailes actúan de esta forma con el niño? La figura de ese lugar inalcanzable contra el que Marcelino lucha podría relacionarse con La Bella Durmiente y el pinchazo fatal de la rueca. La figura del niño es el objeto preciado del que se valen los creadores para generar angustia: un ser inocente, (¿inofensivo?). también los animales están sujetos en el cine por el suspense. Ese blanco y negro tan imponente heredado del expresionismo alemán, unido a la música de voces sacras que evocan a los ángeles, los espíritus o como quiera decirse, resultan otros añadidos que contribuyen a generar un ambiente de “fe”, de contacto con lo sobrenatural. Y, desde luego, nunca podré estar de acuerdo con un Dios, tal y como aquí se representa, capaz de llevarse a un niño al otro barrio, por mucho más feliz que pueda ser allí. Es un cuento, una fábula, ya lo sé, pero en lugar de trocárseme con final feliz es para mí motivo de tragedia. Además, para disgusto del régimen, el niño Marcelino-Pablito Calvo creció y se hizo comunista. Retomando el Sánchez Silva como la mano que mece la escritura, hablaré como ya dije de “El hereje”: Borja Moro realizó un filme para este relato o cuento que también tuve la suerte o desgracia de ver de pequeño, y del cual salí también seriamente traumatizado. En él, la figura de Cristo vuelve a surgir para hacer justicia entre los mortales. El personaje del hereje es representado como un tipo rudo de pueblo, con barba de meses, tozudo y huraño. Vamos, todo un homo primitivus (encarnado por Folco Lulli, a quien también podemos ver- por ejemplo- en el film de Nieves Conde “Todos somos necesarios”). Un día de tempestad en el mar, se encuentra desplazando en barca una talla de Cristo crucificado. Sus compañeros marinos perecen ahogados y él se salva aferrándose al Cristo. ¿Cómo? Clavando un cuchillo en su pecho con el que queda sujeto. Tras este episodio, ya en tierra firme, comienza a ver en distintos lugares tallas similares con algo en común: la marca del cuchillo en sus costados. Finalmente, tras sufrir trastornos delirantes, la fe llega a su vida, como no podía ser de otro modo. Si en el anterior caso la música era de Sorozábal, en este caso fue Rodrigo quien dio la impronta sonora-trascendental al filme.


No sé cómo lo ven ustedes, pero entre los filmes de terror, cabría incluir las adaptaciones cinematográficas de las obras de Sánchez Silva.

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