Por Javier Mateo Hidalgo
Tal vez la vida no sea más que un cuento de la lechera al que pretendemos dar un final feliz. Siempre pensando que de un cántaro roto puede hacerse un tangram distinto, un recipiente diferente para la misma función práctica. Olvidar quemando, como esas marionetas para ese teatro de sombras con el que el pueblo se une en el juego de quien les cuenta una historia. El mensaje de la vida pese a todo, de la necesidad de seguir matando el tiempo mientras el tiempo no pueda matarnos a nosotros. Construir destruyendo, renaciendo siempre. Yimou nos habla de este mensaje claro del ser humano en su fuerza de voluntad, de una capacidad de superación que no conoce límites. Por supuesto, el papel de la mujer vuelve a mostrarse como la que soporta con estoicidad, como la que lleva incluso el peso de ese hombre que aprende de ella a vivir. Esta película (sexta en la filmografía del director) resultó ser la más contemporánea con respecto a las anteriores. Se le reprochaba a este director una recreación de otras épocas en su discurso. La contrarréplica: un film crítico con la etapa Mao. Una idea de comunismo que busca la felicidad del pueblo acabando con sus raíces, en defensa de una etapa que defiende el modo de ser de un individuo contra los de todos los demás. Se entiende que estas personas acaban sufriendo una especie de síndrome de Estocolmo ante un pasado que va desapareciendo de ellos y ante un futuro que se manifieste perpetuo. Lo que resulta de la indumentaria, de los himnos, de la pérdida de posesiones, no es otra cosa que la estandarización del hombre: así como el corte de pelo al cero representaba una homologación, una pérdida de la personalidad, de la individualidad a favor de la “hermandad”, sigue habiendo algo por encima de todo esto: el vivir cada uno sus propias experiencias en su propia búsqueda.
La fotografía, en cuanto a su tratamiento pictórico, resulta impecable. Como curiosidad, resulta destacable el plano de la misma calle a la que da la casa familiar, como leit-motiv cada vez que sucede un nuevo arranque para cada época de la historia. Es un ejemplo de que realmente nada cambia dentro de ese pequeño mundo, empezando por el lugar donde sucede la vida diaria e íntima de los personajes.
Otra imagen para el recuerdo puede ser la de los polluelos que acaban ocupando el lugar vacío de la maleta que contuvo a las marionetas en otro tiempo. Todo se transforma, todo es reinterpretado.
La calurosa acogida occidental de la película, ante la impotencia de las autoridades chinas (que veían cómo no podían ni censurar algunas partes), acabó llevando al director a dos años de imposibilidad para trabajar. Pero, como ya digo, a pesar de las adversidades, el cine chino ha podido seguir contando con la cabezonería de este creador, que ha continuado insobornable, incansable, con lo que él ha deseado siempre: hacer cine. Nunca se podrá reducir este espíritu, que continuará renaciendo de sus cenizas, en todas las generaciones. Nada podrá sepultar lo que es más fuerte que lo impositivo: el convencimiento.
No quisiera resultar un sermoneador barato. Para poder comprender esto en su forma más perfecta, conviene ver este ejemplo de “libro de buena conducta”. ¿Cuál es su secreto? Que es gente como yo la que afirma que se trata de esto. Se extrae la conclusión sin información previa, lo transmite de esta forma la historia. Hay un relato de una familia que, mediante una unión perfecta por vía de la comprensión entre aquellos que la componen, continúa fuerte, indestructible, ante cualquier tipo de situación (en este caso, ante todo tipo de situaciones a cada cual más dantesca). No es ya un ejemplo “familiar”, sino personal. El todo por las partes ¿no? El colosal elefante a cachitos.
La tónica del sentido del humor, aún en las situaciones más penosas, es también necesario para sobrellevar los momentos difíciles. No importa el carácter de este porque, para el sentido con que se expresa, resulta comprensible. Un humor negro, en muchos casos, que sirve como balanza cuyo funcionamiento es la contrarrestar. Ese cuento que el abuelo necesita contarle al nieto para que sueñe, es solo posible en su coherencia mediante el final: “Un día cogerás un tren y te irás para ser feliz”. Esta intervención no altera para nada el relato grandilocuente que se cuenta al pequeño. Resulta tan evocador a la mente de un niño como realista para un adulto. Dentro de esa revolución que impide soñar con la excusa del bien general (de lo contrario, se sería egoísta o contrarrevolucionario) todavía está permitido poseer mediante la imaginación, que es imparable e inabarcable.
El hecho de que Yimou criticara esa supuesta homogeneización durante la etapa de Mao( en la que todos son jóvenes y felices) no induce a pensar que defendiera la individualidad a partir de la proyección de expectativas que hace el abuelo sobre su nieto: “Un día cogerás un tren y te irás para ser feliz”. Es algo que tiene que ver también con la infancia y juventud del propio director, en un periodo en el que su estancamiento a nivel profesional y personal era evidente.
ResponderEliminarEsto se deduce de la primera parte de la película: ¿Cuándo aprende a "vivir" el personaje? ¿ Durante su etapa en los casinos jugándose la herencia familiar y con una mujer hundida ante la decadencia moral de su marido? ¿En contexto de un modelo de familia tradicional resquebrajado y ya caduco? Precisamente es en este tramo cuando los personajes no pueden vivir ,porque las condiciones sociales no les permite hacerlo, y eso lo deja entrever muy bien el director. Yo diría que es en los momentos más restrictivos y de pensamiento ortodoxo cuando nuestros personajes aprenden realmente a "vivir", por contra de su anterior etapa. Evidentemente que subyace una crítica política contra muchas de las medidas que se tomaron en la revolución cultural, contra cuya ortodoxia política se ha manifestado el propio director que la sufrió durante su juventud ( en especial en la etapa de los 60, y el episodio de los médicos inexpertos o la absurda prohibición de las sombras chinas. Es decir, “las gilipolleces” que se hicieron. Como en “El camino a casa” vemos la exaltación de la tradición china, pero siempre, en mi opinión, la más arraigada a las clases populares). Sin embargo, esta crítica no iguala a la que hace contra la sociedad prerrevolucionaria y feudal (como en la “La linterna roja”).
Es fácil darse cuenta de que es precisamente en la primera parte de la película cuando más forzadas son las relaciones entre la pareja, cuando peor se encuentran sus vínculos afectivos o las expectativas de mejora son nulas..En este tramo, la incomodidad del espectador debería ser mucho mayor, pues el hilo narrativo solo gira en torno a una relación rota por el juego, endeudada ,sin posibilidad de mejora.
A partir del estallido de la revolución, se van generando nuevas relaciones entre individuos y el hilo se enriquece. Es más, esa defensa de “lo individual” se esfuma y podríamos decir que el protagonista logra “vivir” a través de sus experiencias colectivas: Sus amigos durante la guerra, el novio de su hija o la relación con el profesor que atropelló a su hija. Se van generando a lo largo de la película una suerte de lazos que van creando comunidad.
Ante situaciones adversas, donde la unión hace la fuerza, ciertamente las relaciones verdaderamente se estrechan y comienzan estas personas a conocerse. Mientras que, en esa primera etapa como tú bien ramarcas, hay un ambiente de frivolidad y despreocupación, de una vivencia irreal de una situación que se encamina hacia un futuro preocupante. Por cierto, me gustaría también sacar a colación el detalle del papel oficial que el protagonista enmarca en su casa para demostrar su "lagalidad", después de rescatarlo de su deterioro dentro de una prenda "pasada por agua".Ese cierto miedo a represalias gubernamentales está muy sutilemente llevado en este detalle aparentemente casi sin importancia y anecdótico.
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