El Cine como forma expresiva y estética

lunes, 21 de marzo de 2011

2001, A Space Odyssey, 1968 (presentación)


Dirección y producción: Stanley Kubrick;  Guion:  Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke; Sonido: A. W. Watkins. Fotografía: Geoffrey Unsworth


Es la película que no debe faltar en cualquier repertorio confeccionado con criterios estéticos, aunque seguramente aún sean muy numerosas las personas de formación específica en arte contemporáneo que no entienden las razones por las que La Biblioteca del Congreso le otorgó consideración especial por su especial significación cultural e histórica.
Kubrick recupera algunas fórmulas poco empleadas tras la Segunda Guerra Mundial  para componer una película que, a mi juicio, se valora mal cuando se encasilla en el género de "ciencia ficción", porque más parece una película histórica. El director ofrece al espectador "lo que ha sucedido" sin aportar el juicio requerido por un relato de estructura tradicional (planteamiento, desarrollo y desenlace). En ella tampoco  existe argumento (algo que se argumenta), sino simple y fría descripción de "hechos", los hechos fundamentales que polarizan la evolución humana: la aparición de los primeros humanos,  su evolución vinculada al uso de las herramientas (bélicas, productivas, expresivas, etc.) y la apertura del camino que conduce a la aparición de un nuevo "hombre". Y aunque los apologetas de ciertos ambientes la han interpretado según claves favorables a sus ideas, la película se distancia, incluso, del relato que le sirvió de punto de partida (El centinela). Desde los hechos escogidos, el espectador extraerá sus propias conclusiones o permanecerá desconcertado , si se empeña en mantener los juegos habituales del espectáculo cinematográfico convencional.
Esa frialdad aparente (materialista) no puede entenderse, lógicamente, como acción "neutral" u objetiva, porque encierra la voluntad expresiva de S. Kubrick, que se vale del medio cinematográfico para manipular la mente del espectador en la dirección que conviene a su apuesta creativa (hará algo parecido, con recursos diferentes, en La naranja mecánica).
Asimismo, ese planteamiento "aparentemente frío" (materialista) choca frontalmente con lo que nos sucede a todos al acercarnos al problema implícitamente ofrecido en la película: ¿qué sucedió cuando el hombre se desmarcó del mono? ¿Qué o quién activó esa transformación? Y acaso de esa confrontación surja la fascinación que provocó en su día, cuando éramos muchos quienes nos hacíamos preguntas sobre las "causas motoras", y aún proyecta a quienes se aproximan a ella sin las expectativas del espectador que busca una historia atractiva y clara.
En lo formal, la película reúne una colección de secuencias de calidad excepcional, entre las que destacan las que repiten las fórmulas consagradas por Walter Ruttman en  Berlín, Sinfonía de una gran ciudad (1927): fusión de imagen y música para componer "espectáculos" de gran potencial estético y, por supuesto, de gran fuerza expresiva. Y cuando  digo "estético" estoy pensando en apuestas teóricas sobre la naturaleza de la belleza en el momento de la realización (1968). De todas esas secuencias destacan el "ballet de las estrellas" y, muy especialmente, el  último "viaje", que conduce a la rotura del espacio euclidiano, y otorga continuidad al "cine experimental" realizado en el ámbito de las vanguardias durante las primeras décadas del siglo XX (Delauney, Duchamp, etc.). Desde ese punto de vista, es muy tentadora la idea de "forzar" una comparación con los resultados estéticos que estaban obteniendo quienes desarrollaron las ideas expuestas por Nam June Paik, cuando filmó con una cámara experimental de vídeo poco antes.  En aquellos años hubiera sido absurdo comparar productos tan dispares como los obtenidos por un equipo de personas mediante una estructura industrial compleja y los conseguidos por un "artista" con una cámara experimental. Sin embargo, hoy...

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