Por "Arch"
Esta es la crónica de un contacto precoz con el cine de acción y la posterior reflexión:
“La vez que más disfruté en una sala de cine fue viendo ‘Goldeneye’. Corrían los últimos días de 1995 y yo tenía once años. Estaba en el piso de mis tíos, mirando cómo una marea de viento y lluvia barría Ferrol. Deseaba con todas mis fuerzas ver aquella película. Evocaba tardes infantiles jugando a deslizarse por detrás de los sillones para espiar a los mayores, escenas de acción en el televisor, mundos lejanos... Casi no pensaba en otra cosa. Había caído la noche y un contenedor avanzaba calle abajo empujado por la ventisca. Le pregunté a mi tío si con esa tormenta podría ir al cine. ‘Sí’, contestó; y me dejó tranquilo.
Una hora después yo estaba sentado, solo, a oscuras, en una sala del centro.
La película empieza, como de costumbre, con 007 disparando por sorpresa a la cámara-cañón de pistola, que queda nublada por un telón de sangre. Pierce Brosnan-James Bond corre por el canto de una presa gigantesca, coloca un arnés a su bota y otro a la barandilla, donde sube, toma aire en posición de ángel y salta al vacío. Todo en cuestión de segundos. Su diminuta figura desciende veloz, a pocos palmos del liso cemento. Minutos después, Bond está en una base militar soviética: ha presenciado la muerte de un agente amigo y colocado cargas explosivas en una almacén de gas. Los malos le disparan y Bond huye con ingenio; sale a una pista de aterrizaje nevada, en la cumbre de una montaña, corre. Las balas zumban y rebotan a su alrededor. Bond entra en una avioneta que se dirige al precipicio, noquea al piloto y cae con él otra vez a tierra, rodando por la nieve; luego consigue una moto y se lanza tras el avión. El malo manda parar a sus chicos: dejadlo, no tiene escapatoria. Bond desaparece en el horizonte. La avioneta cae por el borde de la montaña y se dirige en picado hacia los afilados peñascos del fondo. Justo a continuación, la figurita negra salta por el precipicio, suelta la moto y vuela con los brazos pegados al cuerpo. El avión cae vertical y Bond se acerca por detrás como una bala en el aire, se agarra a la cabina, entra, toma el joystick con las dos manos y tira con fuerza; aprieta los dientes, su pulso tiembla por el esfuerzo y ríos de sudor le bajan por la cara. La avioneta va corrigiendo la posición, poco a poco... Segundos después, la vemos remontar el vuelo sobre las agrestes montañas; la base militar explota y el aparato sobrevuela las llamas con elegancia.
El cine rompe en aplausos. Alaridos de admiración se levantan por toda la sala.
Comienza la música.”
Así fue como la saga volvió, en sus esquemas, por todo lo alto. El personaje reaparece con una introducción espectacular y clásica, ambientada en los últimos años de la Unión Soviética. Es agresiva, sencilla, una aventura de espías pura y directa, y con la carga simbólica de un mito en plena resurrección: la cámara no desvela la cara del héroe en las primeras tomas, la mantiene fuera de plano o en la oscuridad, reservándola hasta los pasillos de la base militar. Los créditos, muy característicos de la serie, marcan la transición de la primera escena al desarrollo argumental con algo de historia: mujeres de largas piernas destrozan a martillazos estatuas gigantescas de Lenin y Stalin, con hoces y martillos de piedra volando en pedazos sobre un fondo incendiado. Los tiempos cambian... Y vemos a un 007 muy en línea con la caída del muro: ya no odia a los rusos; es más, Londres y Moscú colaboran para neutralizar los planes de un general rebelde que, eso sí, cumple el papel de sádico con ansias de dominar el mundo, como es natural en todas las películas. Brosnan no fuma, apenas bebe, recibe alguna bofetada femenina de vez en cuando y ha recuperado un poco la seriedad perdida por Roger Moore. Pero la idiosincrasia de Bond sigue siendo la misma: es un galán sibarita, frío, flemático, promiscuo y sin nada que perder, un modelo de masculinidad al que ya le pesan las décadas.
Con gran sencillez, la película sigue paso a paso el Decálogo de Goebbels (ver “El cine y la manipulación política”, en este mismo blog):
Simplificación y enemigo único: en efecto, Bond se enfrenta a psicópatas sedientos de poder. Contagio, Transposición, Exageración y Desfiguración: el malo es tan malo que nadie puede estar de su parte y, cuando Bond lo ejecuta a sangre fría, los espectadores, aun estando en contra del terrorismo de Estado y la pena de muerte, no podemos evitar sentir satisfacción. Vulgarización: hombres y mujeres, viejos y jóvenes, niños, cinéfilos, camareros, estudiantes, médicos y recepcionistas aplaudimos en aquel cine. Orquestación: llega hasta tal punto que todos sabemos de memoria cómo se desarrolla cualquier película de James Bond. Renovación: sin embargo, a pesar de conocer al detalle los mecanismos que trabajan en ellas, acudimos en masa a ver las aventuras de 007. Verosimilitud, Discreción, Transfusión y Unanimidad: aunque sabemos que el cine suele exagerar, está pactado que los anglosajones se juegan el tipo para defender la democracia.
Y funciona.
También conviene destacar del personaje algo inquietante:
Nadie ignora que Bond es bastante machista, que le gusta violar las normas de tráfico, beber, ser arrogante, reírse de la gente y sobre todo matar. Asesinar para el Estado con una sonrisa en los labios. Rematar a sus víctimas con una broma fácil y luego acostarse con sus mujeres. Quizás esa falta de moral sea otro aliciente, porque, más allá de que cada dos o tres otoños 007 frustre los planes de megalómanos terroristas, da la impresión de que no actúa por amor a la justicia ni nada parecido, sino por placer, por adicción al peligro. A lo mejor ese punto nihilista resulta un gancho tan atractivo como la sucesión de explosiones y tías buenas, y refuerza la identificación con el héroe, estableciendo con el público un vínculo algo malsano. Como el empleado humillado que sueña con darle una paliza al jefe y verle suplicar. Como quien se imagina siendo aplaudido por multitudes. Bond es una pequeña vía de escape hacia esos rincones; o ¿por qué no ver cualquier otra película para entretenernos? ¿por qué no abuchear al asesino en lugar de aplaudirlo? Porque durante una hora y media, la violencia o la venganza pueden sentar bien si se venden correctamente.
Fuera de la película, merece reseñar la ofensiva comercial; indudablemente, Bond no podía regresar sin una atención extrema por parte de la industria. Los productores se jugaban mucho devolviéndole vigencia al personaje en tiempos inciertos (sobre todo tras el soso Timothy Dalton). “Goldeneye” debía llegar con el terreno bien preparado, así que vallas publicitarias, trailers y reportajes a todo color para diversos medios avalaron el retorno. Dinero había, desde luego: Bond viste de Armani, utiliza un reloj Omega, conduce un BMW y habla por el último Nokia; como apunta E. Galeano, se trata de un “héroe globalizado”.
Para acabar: ¿qué opinan de todo esto los auténticos Bond?
Hace unos años, los productores querían rodar una escena en el cuartel general del MI6 (Military Intelligence department 6, también conocido como “la Firma”), a lo que Downing Street puso reticencias. Fue el ministro de Exteriores de la época, Robin Cook, quien zanjó el asunto con desenfado: “Si James Bond ha hecho tanto por nuestro Gobierno”, dijo, “nuestro Gobierno no va a perder nada haciendo algo por el señor Bond”.
Más claro, imposible. La mismísima Foreign Office reconoce la talla de 007 como propagandista. Una ayuda muy apreciada; no en vano, Reino Unido inició en 2006 una gran campaña de reclutamiento para el MI6: todo empezó con un anuncio en el “Times” donde se solicitaban ciudadanos británicos licenciados, interesados en otras culturas y con gran poder de persuasión. Parte del anuncio decía así: “Quienes comiencen a trabajar para el Servicio de Inteligencia (...) podrán tener la certeza de que será una carrera estimulante y gratificante que, como la de Bond, será en el servicio de su país”. En 2007 el Gobierno extendió la campaña a radio y televisión, con agentes secretos auténticos explicando, con voz distorsionada, lo emocionante que es ser espía.
El Estado le echó un cable a Míster Bond (creado, como es sabido, por un ex miembro de la Firma).
Y así fue como la escena que inaugura “El mañana nunca muere” pudo rodarse en el edificio Vauxhall Cross de Londres, sede del servicio secreto británico.
En otro gesto de simpatía, el C (espía jefe) de aquel entonces, David Spedding, invitó a Judi Dench (M, su alterego en la ficción) a la cena navideña del MI6. Los espías, desconfiados o probablemente orgullosos de andar rodeándose de misterio, no permitieron que la actriz fuese al evento en su coche particular; irónicamente, el chofer fletado por el flamante servicio secreto británico no encontró a tiempo la casa de Dench, y ésta llegó a la cena cuarenta y cinco minutos tarde.
Al hilo del asunto Bond, Libertad me hizo llegar un curioso libro, del que transcribo la referencia: Házael González, "Como una Bola de Trueno: La música en las películas de James Bond", MF Mayorca Fantástica Editors, 2007
ResponderEliminarFe de erratas: la introducción rodada en el cuartel general del MI6 pertenece a "El mundo nunca es suficiente", de Michael Apted; 1999. "El mañana nunca muere" es la de 1997...
ResponderEliminarTomo nota. Yo consulté "MI6. Historia de la Firma", de Eric Frattini; EDAF, 2007. Y el archivo online de la BBC.
Pero me extraña que no comentes el cambio tremendo que marca este último Bond respecto a la saga. Si comparamos la tradicional escena en que el malo coge a Bond y la chica prisioneros y los tortura y los va a matar...En este Bond da hasta miedo, no hay chistes ni escenarios fantasiosamente imposibles ni un malo de chiste acariciando a un gato y además no le resumen a Bond el argumento y solución justo antes de casi matarle porque luego se escapa, claro.(Además que lo torturan de verdad y de forma bastante morbosa, siendo Bond quien es) Esta última peli, de hecho, no es un Bond. Como anuncio las de will Smith le sacan terreno. ¿Qué les pasa a los ingleses? Están perdiendo ese humor tonto que tenían.
ResponderEliminarMi hermano te agradecerá la propaganda.
ResponderEliminar¿Y qué opinas sobre el nuevo Bond metrosexual sin tias buenas en los créditos (y prácticamente en toda la película)? A mi Brosnan siempre me pareció perfecto para el papel.
Bond es todo eso pero también muchas cosas más. Después de tantos años con el personaje, la actividad de ver una película de Bond se convierte en una especie de coleccionismo visual. Es más parecido a una larga saga de cómics que a otra cosa. Los malos por ejemplo, suelen caer bien ya que son estereotipos demasiado exagerados y su carisma crea empatías con el espectador. Goldfinger, Zorin e incluso Le Chiffre son tan llamativos que e icónicos que llegan a gustarte más que el propio Bond.
ResponderEliminarPor otro lado, podríamos decir que Bond es ante todo un símbolo de poder. Riquezas, seguirdad en sí mismo, suerte y mujeres. Es casi inevitable salir del cine sin decir, "Bond mola" o "Quiero ser como Bond, pero si pegar tiros". Quizás sea por esto por lo que cale tan profundamente en los espectadores masculinos.
Me pareció muy acertada la parte del artículo referente a la capacidad publicitaria del personaje. De hecho, yo mismo que me considero fan del personaje y pienso que las películas son en el fondo, showrooms de las últimas tecnologías y tendencias. También son una plataforma de promoción estpenda para actores, actrices e incluso músicos y diseñadores, de poca fama o capa caída.
Para terminar con el comentario, un dato interesante: Ian Fleming, creador del personaje que trabajó como asistente de los servicios británicos, estuvo en contacto con Aleister Crowley que también trabajaba en el MI5. Wow.
“Casino Royale” (la metí en el artículo, pero quedaba demasiado extenso...) me gustó mucho: Daniel Craig rompe con la saga para bien, en mi opinión; abandona la sobredosis tecnológica del último Brosnan (“Muere otro día”, 2002, con sus coches invisibles y satélites apocalípticos) para darle a todo un toque más sucio y brutal, incluso realista. Bebe como una bestia, es todavía más vacilón y no le importa mancharse el traje dando palizas, o reírse a carcajadas mientras le machacan las pelotas con un mazo. Pasa de gentleman a hooligan sin perder del todo su estilo. Aún así, sospecho que la próxima peli (“Quantum of Solaris”, ya en pleno rodaje) será más fiel al clásico. El de 2006 pudo ser un bache intencionado para renovar un poco el aire.
ResponderEliminarLa verdad, cuarenta y tantos años de Bond dan para mucho: es prácticamente un género en sí mismo. Hay un libro que se llama “Su nombre es Bond, James BOND. La guía definitiva sobre el agente 007” (Juan Tejero; T&B Editores), que intenta abarcar todo el universo Bond con 400 páginas a todo color, y aún así se queda corto...
Oye, el CNI también busca gente, pero tiene menos glamour(su jefe es un ingeniero de aspecto simpático sin experiencia militar, ni policial, que no habla bien en público y que tampoco sabe idiomas; lo que ocurre es que es un viejo amigo del ex ministro de Defensa José Bono...). Si a alguien le interesa, puede entrar al servicio de su majestad (don Juan Carlos) en:
https://www.cni.es/04/04_index.cfm
Hombre si ofreciesen coches, chicas, licencia para matar y la invulnerabilidad de Bond yo me apuntaba... Pero tratándose de España seguro que me convertiría en un funcionario gordo más.
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