Con cien años de cine a las espaldas, con tantas obras que siguieron los caminos abiertos por Abel Gance en J’Accuse (1918; existe otra versión de 1937) y King Vidor en The Big Parade (1925), francamente era difícil realizar una película antibelicista que aportara algo. De hecho, el antibelicismo se ha convertido en un subgénero (dentro del género bélico), donde no son extrañas las obras de cierta calidad. La guerra de Vietnam, con las reacciones sociales que movilizó por doquier, configuró el caldo de cultivo idóneo del que se nutrieron algunos realizadores que no siempre utilizaron dicha guerra como telón de fondo a sus reflexiones. Por lo general, los puntos de partida de casi todas ellas aparecen recogidas en la metáfora dialéctica encuadrada en el uniforme del soldado Bufón (La Chaqueta Metálica, 1987); en el casco, “nacido para matar” y en el pecho, la enseña pacifista. La propia guerra parece inducida, precisamente, por esa doble naturaleza que es leit motiv de la dinámica de cualquier fenómeno cultural. En todo ser vivo, en todo grupo social, conviven los mas nobles sentimientos, respectivamente, las más grandes realizaciones, junto con esos componentes que nos recuerdan nuestra naturaleza como “animales carnívoros” y, en todo caso, como generadores de las más salvajes agresiones militares. Y en ese grupo podríamos incluir, además de la mencionada, las películas de San Peckinpah (Grupo Salvaje, La Cruz de Hierro) y el muy numero grupo de las ambientadas en la guerra de Vietnam, donde se centró la voluntad pacifista de, al menos, dos generaciones (Kubrick, Coppola, O. Stone, B. Levinson, etc.).
Sólo en algunos casos muy concretos, por lo general, mucho más recientes, se trascendían esas reflexiones filosóficas para entrar en la valoración más precisa de situaciones concretas… no siempre con las mismas referencias ideológicas. En ese grupo podríamos incluir Before the Rain, de Micho Manchevski y, en general, casi todas las cintas que describieron los conflictos de la antigua Yugoeslavia, y las de los directores de países con graves problemas político-militares, como Hany Abu-Assad (Paraíso Ahora, 2005), por citar una de las más conocidas. Y en este último grupo podemos incluir la última obra de Brian de Palma, que a lo largo de su dilatada obra nos ha ofrecido un conjunto de películas desiguales, en ocasiones declinadas hacia lo puramente comercial, pero siempre dotadas de la impronta que solo puede proporcionar la maestría de aquel a quien, con malicia, se etiquetó como “discípulo-seguidor” de Sir Alfred Hitchcock. Sin embargo, entre las prevenciones con que se suele mencionar su nombre, también se suele reconocer que es difícil encontrar películas suyas en las que no exista alguna secuencia magistral, incluyendo, por supuesto, las más comerciales.
En Redacted, Brian de Palma nos cuenta una historia terrible (la violación y asesinato de una joven en Samarra, los antecedentes y las consecuencias inmediatas), pero lo interesante trasciende ampliamente la anécdota brutal para entrar en territorios de gran complejidad. Las grabaciones ingenuas de Ángel Salazar nos situarán enseguida ante una realidad trágica de dimensiones especialmente complejas, que intuimos al ver a uno de los soldados leyendo “La cita en Samarra” de John O’Hara, relato de fuerte contenido social, que nos remite a un cuento tradicional persa del mismo título recogido por Somerset Maughan, que, en clave de doble paradoja, habla sobre la imposibilidad de escapar a la muerte (nueva manera de afrontar la idea de “destino”).
Sin solución de continuidad, B. de Palma nos ofrece imágenes que recuerdan La Chaqueta Metálica y, sobre todo, al San Peckinpah más expresivo. Bajo los acordes de la zarabanda de Hendel, que utilizara Kubrick en Barry Lyndon y con formato de reportaje periodístico, “firmado” por Marc y François Clément, se nos ofrece otra nueva aproximación que incluye unos segundos dedicados a la pelea desigual entre el escorpión y las hormigas, asunto empleado en el arranque de Grupo Salvaje (1969)... También en aquella película de Peckinpah, los niños aparecían como víctimas o como seres capaces de la mayor crueldad (en Grupo salvaje los niños acabarán prendiendo fuego el hormiguero). El soldado cuyo rostro vemos en la pantalla, minutos antes nos ha contado que, como Barry Lyndon, entiende su participación bélica como un medio que mejore su miserable situación social: pretende obtener dinero para convertirse en director de cine… Es difícil no establecer una relación directa entre estas alusiones y el fatalismo que inundaba aquella película legendaria y, por supuesto, ésta… Al fondo, el pesimismo de la escuela de Frankfurt, que con el paso de los años, por efecto de las derivas posmodernas, acaso se haya transformado en un extraño escepticismo existencial. La incapacidad de los soldados americanos para entender a los iraquíes recuerda el final de La Chaqueta Metálica, con los supervivientes del pelotón entonando la canción de Mickey Mouse, como forma de acreditar las aportaciones de la cultura norteamericana de aquella época al “acervo universal”. Se diría que a principios del siglo XXI a la cultura americana, empeñada en una hegemonía militar absurda, no le caben otras aportaciones que la expansión de la violencia.
El soldado juguetea con una bala (“7,62 milímetros con camisa metálica…”), que percibimos en un plano de detalle, mientras contempla a un grupo de niños que juegan al fútbol y le ofrecen productos… No se ven a los enemigos; los enemigos no se muestran… porque cualquiera, incluso un niño, puede serlo. Como los acontecimientos narrados explicarán enseguida, aquí las “chaquetas metálicas” sólo sirven para matar inocentes, para multiplicar los problemas.
La voz en off del supuesto “documental francés” (garantía de objetividad cartesiana) nos explica que los soldados están sometidos a una tensión psicológica brutal, que las fronteras culturales entre norteamericanos e iraquíes impiden la comunicación más elemental: el brazo en alto se puede interpretar no como una señal de alto sino como un saludo amistoso y aunque existen muchos carteles escritos en árabe e inglés, son muy abundantes las personas analfabetas…
En los minutos sucesivos, la película va desgranando incidentes dramáticos, mediante un ritmo narrativo que se apoya tanto en ellos como en el formato comunicativo empleado para describirlos, cubriendo todas las posibilidades imaginables en la actualidad. Además de las fórmulas mencionadas (vídeo doméstico, reportaje), recurre a la vídeo-conferencia, a los vídeos tipo YouTube, a las tomas de vigilancia, a los informativos convencionales y digitales, a las cámaras de visión nocturna, etc. Un muestrario de las posibilidades que existen para generar imágenes en movimiento… jugando con la calidad plástica de la imagen como es habitual en el cine de este director formado en Nueva York.
El resultado es un montaje escalonado, diseñado con tiralíneas, muy eficaz para dosificar la narración fílmica acrecentando progresivamente la tensión hasta alcanzar el clímax brutal en las imágenes finales, cuya capacidad de activación emotiva es tan alta que seguramente será difícil realizar una película comparable en este sentido, por supuesto, fuera de los productos “tipo Tarantino”, destinados al consumo de adolescentes.
En el núcleo de la historia encontramos la invariante relación entre Eros y Thanatos , en la vertiente más brutal , que, de nuevo, nos hace pensar en una secuencia de otra interesantísima película de Sam Peckinpah (La Cruz de Hierro. 1977), con un resultado comparable; tanto en la película de Brian de Palma como en la de Peckinpah, el pecado sexual será castigado con una pena atroz… que no se aplicará con equidad, porque los dioses castigan los pecados de lo algunos hombres con el Apocalipsis.
Si la comparamos con la realizada en 1989 por el propio Brian de Palma relatando un “incidente” comparable al de Samarra, pero en el escenario vietnamita (Casualities of War), constataremos lo mucho que han evolucionado las posibilidades visuales y, desde luego, la capacidad narrativa de un autor que, a causa de la actual, pasará a formar parte de los directores “polémicos”, con lo que ello implica para bien y para mal. Para mal, porque tal y como ya se advierte en ciertos ámbitos de expresión, B. De Palma ha cometido un pecado incompatible con los objetivos de la industria norteamericana, siempre condicionados al reforzamiento de los intereses políticos y militares definidos desde la presidencia de la República. Y para bien, porque para quienes estamos al margen de esos intereses, B. de Palma se ha hecho un importante hueco no sólo en el casillero de las películas antibelicistas, tan socorridas desde lo políticamente correcto en los ambientes progresistas, sino también en el de las grandes aportaciones cinematográficas.
Por encima de las valoraciones que podamos hacer los espectadores desde nuestras respectivas posturas ideológicas, Redacted es una obra de reflexión que no me parece de inclinación política clara (en el sentido de manipular los juicios políticos de los espectadores), a pesar de las reacciones ultramontanas que ha provocado. De hecho, las circunstancias políticas que rodean a la guerra de Irak quedan al margen para aplicar los objetivos de las cámaras a las circunstancias humanas, a las tragedias humanas que propician todas las guerras y, por supuesto, las guerras actuales. En ese sentido, tal vez por las concesiones a la brutalidad, la película me ha recordado el ambiente lúgubre y ceniciento de La piel (Liliana Cavani, 1981)…
En definitiva, una magnífica película que acaso se haya realizado demasiado pronto… o demasiado tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario