El Cine como forma expresiva y estética

martes, 18 de mayo de 2010

EL SECRETO DE SUS OJOS

Por Mar del Valle Seoane



Hacía mucho tiempo que una película no me parecía tan perfectamente conjugada, tan hermosa y tan magistralmente tejida como “El Secreto de sus Ojos”, de Juan José Campanella. Tras verla la primera vez, continué irremediablemente inmersa en el letargo alucinado en el cual me había sumido mientras duraba la película; con la diferencia de que ahora mi mente sólo ansiaba melodías de piano teñidas de rojo y, ante todo, que nadie me dirigiese la palabra durante al menos un par de horas. Pensé que frente a algo así no tenía más opción que intentar crear un artículo, aunque a la hora de la verdad no pudiese llegarle a la suela de los zapatos a dicha obra maestra.
“El Secreto de sus Ojos” es una historia cuyo hilo conductor es la investigación del brutal asesinato de una joven, pero es en realidad la historia de los recuerdos, miserias, deseos, esperanzas y terrores de diversos seres humanos. Y digo seres humanos porque en este universo recreado los personajes no son seres infalibles, no están encajados en la clásica y férrea dicotomía norteamericana del bien y del mal: son tiernos, son egoístas, son entrañables, son orgullosos, son deleznables, son intensos, son reincidentes, son nobles, son adictos. Son imperfectos. Humanos reales. En “El Secreto de sus Ojos” podemos encontrar grandes héroes, es cierto, pero su fortaleza es aquella que radica en el conocimiento de que también son, a su vez, grandes cobardes.
La película posee en mi opinión una banda sonora bellísima, delicada, concisa y exacta, que sólo aflora en unos pocos y determinados momentos, los momentos justos. En algunos de esos momentos, todo diálogo palidece y se diluye en las secuencias traumáticas. Por ejemplo, cuando Espósito ve el cuerpo de Bibiana, deja de escuchar a la policía y se sumerge en el vacío: “la muerta” deja de ser una muerta para convertirse en una pobre muchacha asesinada.
La fotografía es a su vez igualmente hermosa y cuidada, planificada al milímetro, los colores intensos, salpicados de rojos y verdes. A lo largo de la película se utilizan todo tipo de planos, aunque destacan especialmente la abundancia de primeros o incluso primerísimos planos: esto se debe a la fuerte carga subjetiva y emocional de la historia, en la cual lo más importante no son los sucesos en sí sino cómo son percibidos éstos por los diversos personajes. A esta misma razón se debe el frecuente uso de focales largas, que realzan la espléndida interpretación de los actores y explotan al máximo sus posibilidades dramáticas. Los diálogos suelen estar filmados en plano-contraplano, los cuales inciden en la subjetividad de la narración y en nuestra automática identificación con los personajes, y que se vuelven más extremos e inquietantes en los momentos de mayor tensión emocional: por ejemplo, en la conversación con el funcionario corrupto, o en aquélla otra en la cual Morales le recomienda a Espósito que olvide el pasado, que lo deje ir (“Va a tener mil pasados y ningún futuro”, le dice Morales, ambos rostros casi cubiertos por el rostro del otro; Morales siendo sólo ojos, Espósito apenas media faz). También me parece especialmente acertado el uso de los reflejos como refuerzo simbólico o argumental de ciertas situaciones: Irene corriendo por el andén enmarcada en el ojo redondo del tren; el rostro atónito de Espósito reflejado en la televisión mientras Gómez, libre, sonríe simultáneamente en la pantalla; la tensa y agobiante secuencia en el ascensor (el aplastante silencio, rasgado por los crujidos de la maquinaria en el silencio, que se asemejan a pequeños gritos angustiados).
En cuanto al guión, es desde mi punto de vista excelente: no hay paja, no hay relleno, cada frase pronunciada tiene una curiosa cualidad poética y está pleno de sentido. Es como una melodía tenue, que te va llevando a lo largo de la historia dulcemente, casi con calidez, como si fuéramos víctimas de un peculiar hipnotismo. Su estructura va enlazando visual y auditivamente todos los hilos que va sembrando la historia, para unirlos al final en un tejido perfecto y tragicómico (la puerta que simbólicamente no acaba de cerrarse nunca, hasta el desenlace; las palabras nocturnas y la máquina de escribir defectuosa; la flor del despacho de Irene, siempre en el corazón de los protagonistas cuando parece que al fin van a hablar de ellos mismos…). Acompañando al guión, la interpretación resulta sencillamente soberbia en todos los actores: ese español con acento musical (y que conste que nunca me había seducido especialmente la entonación argentina, hasta ahora), al que no estoy acostumbrada, se me hace mucho más natural y familiar que el de la mayoría de películas rodadas en castellano. Y tal cosa sólo es posible mediante una interpretación extraordinaria.
¿Grandes momentos? Muchísimos. Algunos ejemplos: La secuencia en la cual el viudo llama a la madre de Gómez para saber dónde se encuentra éste, partiendo de un Morales parcialmente atisbado que va reconstruyéndose ante nuestros ojos mientras él va descubriendo la verdad sobre Gómez y se va sumiendo en la desesperación y el dolor; el plano-secuencia del monólogo del juez cuando descubre que Espósito y Sandoval lo han desobedecido (“Esss… Espó… Esposi…”), estirando la tensión durante unos minutos eternos y tremendos, haciendo nuestra la vergüenza y el ahogo de Espósito ante un instante que no acaba de acabar, no termina de desembocar en la tormenta; en increíble monólogo de Sandoval sobre las pasiones; el genial interrogatorio de Gómez (fruto de una espléndida Irene ofendida y orgullosa), el cual nos demuestra la auténtica bajeza humana, en la que la soberbia es más poderosa que cualquier otra emoción, especialmente mucho más que el remordimiento; Sandoval borracho en la casa de Espósito (esa actuación no exagerada, sino comedida y pulcra, realista, triste, entrañable, patética) y su terrible desenlace; el beso que no es beso, sino caricia, ausencia terrible, presencia ausente; el presente de Morales descubierto por Espósito, la única pasión que le queda para acallar el dolor de Bibiana, su propio dolor largo, prolongado, sordo, sediento e insaciable, “ahí detenido para siempre”… la atroz secuencia que nos hace (cosa al principio impensable) sentir lástima de Gómez, sentir nosotros mismos al fin el dolor, el desgarro, lo terrible de la pérdida (el dolor de Morales, más palpable y real que nunca a través del destino de Gómez).… Y tantos otros.

¿Resultado? Clarísimo: Ver, escuchar, dejarse anegar y arrastrar por esta película es un placer absolutamente delicioso. Y volvería a verla, inundada por un ansia extraña, un anhelo insaciable, apasionado, una y otra vez, hasta el infinito.

1 comentario:

  1. Sublime. Me parece muy interesante el uso del desenfoque que se utiliza durante toda la película; en planos en los que un elemento desenfocado en primer término nos obliga a mirar más allá. Intensos los primerísimos planos, enfatizando los ojos de todos los personajes: "los ojos hablan...". Buen trabajo de caracterización y maquillaje, dado que hay un lapso de 25 años entre los dos tiempos por los que fluctúa la historia, y en todo momento es creíble y evidente el cambio físico de los personajes. Preciosa la banda sonora de Federico Jusid, perfecta la interpretación, me encanta todo ese juego de detalles tan cuidados como que lo llamen "el caso de Morlaes" y no de Liliana, la víctima, que sería lo habitual. Impresionante guión adaptado de la novela "La pregunta de sus ojos" de Eduardo Sacheri quien junto con Campanella escribió el guión, ojalá toda adaptación literaria alcanzase estos niveles.

    Maite Martínez Senosiain

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