Dirección: Kenneth Branagh. Producción: Kenneth Branagh, Simon Halfon, Jude Law, Simon Moseley, Marion Pilowsky, Tom Sternberg. Guion: Harold Pinter (a partir de una idea de Anthony Shaffer). Música: Patrick Doyle. Fotografía: Haris Zambarloukos. Montaje: Neil Farrelleuth.
La huella es, en origen, una obra teatral de Anthony Shaffer, autor especializado en "intriga", próximo a Agatha Christie, que preparó los guiones de unas cuantas películas de cualidades irregulares: además de La huella, destaca su colaboración con Hitchcock en Frenesí (1972), a mi juicio, una de las mejores películas del director británico.
Joseph Lee Mankiewicz, especializado en el tratamiento cinematográfico de textos de cierta calidad literaria, dirigió la versión del año 1972, película de escasas pretensiones argumentales, con una trama de cierta complejidad, que fundía los elementos teatrales con los cinematográficos, siguiendo la línea definida por el propio Sir Laurence Olivier, al que hizo un guiño en los créditos, con referencias a ciertos elementos de su Enrique V.
Treinta y cinco años después y con una imponente carrera a sus espaldas en esa misma línea de encelar cine y teatro, Kenneth Branagh —que se ha distinguido en proporcionar continuidad al legado de Sir Laurence Olivier—, con el apoyo de Harold Pinter y la colaboración de dos actores excepcionales (Michael Caine y Jude Law), vuelve sobre el relato de Shaffer para filmar una película que fuerza la comparación, en algunos aspectos, desconcertante.
Frente a lo que sucediera con la confrontación entre Forman y Frears en Valmont y Las amistades peligrosas, prácticamente rodadas a la vez, la distancia que separa a las dos películas en cuestión permite aplicar los juicios y las valoraciones con cierta flexibilidad. Además de la reflexión preliminar y obvia, que presupone el cambio de papel de M. Caine (¿alusión Bergson a Proust o a Beckett?), es interesante, en ese sentido, relacionar las diferentes concepciones escenográficas, que nos remiten a lo que ahora mismo está sucediendo en los territorios de Talía, en los escenarios de todo el mundo. Sería difícil encontrar un diseño escenográfico como el empleado por Mankiewicz en algún teatro no controlado por aficionados... Lo normal es hallar estructuras sencillas, matizadas mediante juegos luminosos de cierta ambición... con alguna aportación "compleja", como en la película de Branagh.
Una de las aportaciones complejas de esta película procede, precisamente, del universo cinematográfico-teatral de J. Mankiewicz: el ascensor de Súbitamente el último verano (1959), que en ésta cumplía funciones de etiqueta bizantina invertida. Se diría que el director irlandés o el equipo "creador" (incluyendo a los dos actores y a Harold Pinter) pretendía hacer un guiño al realizador de origen alemán y también a Tennesse Williams, con la modificación del final de la obra, para incluir componentes homosexuales, difíciles de encajar en la primera versión... En ese sentido y aunque se mantienen muchos elementos de Shaffer, la trama argumental cambia radicalmente: del enfrentamiento entre dos "varones" por una mujer, cada uno con sus armas respectivas, pasamos a una confrontación personal mucho más compleja.
También tiene interés comparar los elementos de ambientación estética empleados en ambas películas. En la primera prevalece la idea de un coleccionismo anacrónico, casi de chamarilero (gabinete de curiosidades), inclinado hacia el universo de los autómatas, que nos remiten a los orígenes griegos, pero también a las manías de los diletantes británicos de época victoriana.
En la más reciente rige la propuesta de integración estética que acreditan los creadores elegidos para compartir el espacio con los actores: La escultura de alambre es de Antony Gormley; las obras de las paredes son de Gary Hume y los diseños de la casa son de Ron Arad (diseñador y arquitecto, que ha trabajado para Swarovski); la música es de Patrick Doyle, colaborador habitual de Branagh , que también lo hizo con B. de Palma (Carlito's Way), con Ang Lee, con Robert Altman... Y todo ello puesto al servicio de una idea narrativa que otorga substancia y personalidad a la película...
Dos años antes del rodaje y en medio de una polémica formidable, silenciada en los medios de comunicación de masas (¿informativos?), Harold Pinter recibía el Premio Nobel. La Academia Sueca lo justificó con las siguientes palabras: "in his plays uncovers the precipice under everyday prattle and forces entry into oppression's closed rooms".Parece obvio que Kenneth Branagh se planteó un objetivo comparable al que le guió en sus versiones de Shakespeare, pero con un factor especial: llevar a la pantalla la obra de un gran dramaturgo contemporáneo... Y puestas así las cosas, la película se convierte en universo nuevo, en el que es fácil seguir las ideas de Pinter, las de Anthony Mann, las de Samuel Beckett... y hasta las de Luchino Visconti. El final me ha recordado mucho la versión cinematográfica de Muerte en Venecia... y me ha conducido a reflexionar sobre las distintas maneras de afrontar los tiempos de crisis.
La Academia sueca definió el "pinterquismo" ("estilo" teatral de Pinter) con las siguientes palabras:
"Pinter restored theatre to its basic elements: an enclosed space and unpredictable dialogue, where people are at the mercy of each other and pretence crumbles. With a minimum of plot, drama emerges from the power struggle and hide-and-seek of interlocution. Pinter's drama was first perceived as a variation of absurd theatre, but has later more aptly been characterised as 'comedy of menace', a genre where the writer allows us to eavesdrop on the play of domination and submission hidden in the most mundane of conversations. In a typical Pinter play, we meet people defending themselves against intrusion or their own impulses by entrenching themselves in a reduced and controlled existence. Another principal theme is the volatility and elusiveness of the past"
Creo que en esta voluntad de sintonizar con Harold Pinter está la clave para entender el anómalo ritmo narrativo de la película y para desentrañar su argumento: ofrecer al público un retrato cinematográfico de la obra de Harold Pinter, con máxima economía de medios o como diría Arnheim, con máxima "parsimonia". Aunque desde lo "aparente" (el juicio perceptivo), sea un brillante catálogo de recursos visuales, no es una película concebida para contemplar en "piloto automático", sino para facilitar desde el medio cinematográfico el acercamiento a la obra de Harold Pinter, a sus cualidades literarias, que perdemos parcialmente cuando contemplamos la versión doblada al castellano.
Y desde esta observación, resulta divertido advertir la postura de quienes juzgan la película de Branagh como un "remake fallido"... Evidentemente, no es para quienes habitualmente llenan las salas de cine con un bote de palomitas en las manos ni tampoco para los boyeros que dirigen sus pasos y sus gustos...
Película para ver y volver a ver. La primera vez, seguramente digamos: "Me gusta más la primera"; en la segunda, acaso comience a manifestarse una parte del argumento... En la tercera tal vez nos llegue el alarde visual de Branagh...
Curiosidades:
Harold Pinter aparece unos segundos en la pantalla de televisión...
Anthony Shaffer es hermano gemelo de Peter Shaffer, de Amadeus (Forman)
De los extras, sobre la construcción del personaje de M.C.:
ResponderEliminarMorbid Jealousy o Síndrome de Othello
http://en.wikipedia.org/wiki/Morbid_jealousy