Mientras contrastábamos nuestro respectivos juicios sobre las escenografías de las dos "versiones" de La huella (Mankiewicz y Branagh), Isabel me comentó que en el teatro de la Latina, representaban una obra (La vida por delante) con una escenografía especialmente bien resuelta de Llorenç Corbella...
La obra de Emile Ajar (Romain Gary), en su configuración actual, bajo la dirección de José María Pou, triunfó en Barcelona y está triunfando en Madrid... Y francamente, no sé si por la calidad de la representación o por el fanatismo de quienes acuden a ver a una actriz famosa.
No me ha gustado nada el modo de proporcionar humanidad a un personaje tan peculiar como Madame Rose, mediante gags más propios del circo que del teatro. Esa fórmula tiene dos inconvenientes. El primero: anula al resto de los personajes, transformados en comparsa irrelevante. El segundo: la reiteración anula poco a poco la capacidad de forzar interés, de modo que cuando Concha Velasco aparece por cuarta vez en enaguas y espatarrada el recurso cómico se ha diluido en sus posibilidades de mantener al espectador en tensión. La reiteración aburre y la chabacanería pelea a coces con la inteligencia.
Por supuesto, también tiene una ventaja: conectar con los sectores mayoritarios... aquellos que llenaban la sala cuando la capitaneaba Lina Morgan.
La escenografía está bien resuelta, pero no la creo excepcional, porque como suele ocurrir desde hace algunos años en los teatros no "oficiales", se nota demasiado la voluntad de escatimar... Y cuando se prescinde la espectacularidad, el espectáculo se resiente. ¡Perogrullada sublime! En todo caso, me ha parecido ingenioso el modo de transformar la buhardilla en sótano y la fórmula elegida para acotar la cocina.
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