Hacer una película o escribir una novela sobre un personaje histórico exige una decisión preliminar: asumir las ventajas e inconvenientes del rigor o de la negación del rigor. Ambas fórmulas, a mi juicio, pueden ser “aceptables”, si el resultado final es bueno. Pero si el resultado es mediocre, esa decisión preliminar puede convertirse en un soporte de valoración muy peligroso.
En este caso, Yannis Smaragdis optó por partir de un relato novelado de Dimitris Siatopoulos que había utilizado a El Greco para ofrecer una reflexión sobre las relaciones entre el arte y “lo divino”, en el contexto de la Santa Inquisición. Probablemente, también habrá consultado el libro de Stefan Andres: El Greco pinta al Gran Inquisidor, pero entiendo que le preocupó muy poco aproximarse a la figura histórica de quien compuso El entierro del Conde de Orgaz.
No sabría valorar el resultado de la novela que otorgó fundamento al guión, pero el de la película es más que dudoso. Si la película tuviera en ritmo narrativo sólido; si el montaje fuera eficaz; si el guión fuera bueno; si las interpretaciones fueran convincentes... hubieran pasado desapercibidos los múltiples anacronismos y las “debilidades” perceptibles por quienes estén familiarizados con la pintura de El Greco y las circunstancias históricas de su momento.
Algunas ambientaciones son particularmente absurdas: se conduce a un personaje por el claustro de un monasterio; el grupo gira para acceder a lo acaso sea la sala capitular del Monasterio de Santes Creus y sin solución de continuidad aparece una sala de torturas de la Inquisición.
Es curioso, por ejemplo, que suceda la acción en Toledo y que apenas aparezca algún plano que nos sitúe físicamente en la ciudad del Tajo, habida cuenta lo concreta que es su fisonomía, de callejuelas quebradas, estrechas y empinadas; con el peculiar “aparejo toledano”, la supervaloración del ladrillo... Francamente, es difícil “creer” que la acción sucede en Toledo.
Del mismo modo, se nos presenta a un pintor que parece escapado de Montmatre, defendiendo unas prerrogativas de la creación artística que tienen muy poco que ver con la situación social y profesional de los pintores durante los siglos XVI y XVII. Y sin embargo, los fundamentos ideológicos del pintor (de la película) nos remiten a postulados ultraconservadores: el arte de la pintura, cuando lo ejerce un gran artista, puede hacer que resplandezca la Verdad y, por consiguiente, que las personas retratadas parezcan santos o diablos, según sea su alma. Recuerdo El retrato de Dorian Grey y, como de costumbre, las comparaciones son odiosas...
El enfrentamiento con la Santa Inquisición... “Tema” recurrente, que, sin embargo, planteado en las claves maniqueas de la película nada tiene que ver con los datos conocidos en ese sentido, infinitamente más complejos e interesantes. El retrato que espanta al Inquisidor General acaso pude entenderse hoy en sentido acerado, pero mucho me temo que con él sucede algo parecido a lo que ocurre con el retrato de Inocencio X (Velázquez). En ambos casos, deberíamos conocer el rostro que realmente tuvieron los personajes para saber hasta qué punto ambos pintores ofrecieron sendas imágenes críticas... Lo destacable en positivo: algunas tomas, la ambientación musical de Vangelis y algún otro detalle de menor entidad...
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