La película cuenta algunos de los hechos protagonizados por dos personajes, de planteamientos vitales diferentes. El primero, Frank Lucas, es un afroamericano, magníficamente bien integrado en su contexto familiar: de baja extracción social, se convertirá en el dueño del negocio generado en torno al tráfico de heroína en Nueva York. El segundo, el detective R. Roberts, es un blanco aficionado al sexo extramarital, de vida familiar destruida, pero al mismo tiempo, policía incorruptible (encuentra un millón de dólares y decide devolverlo), recibirá el encargo de perseguirle. En el transcurso de los acontecimientos, las posturas de ambos, diametralmente opuestas, culminarán en una situación de sorprendente proximidad: el mafioso colaborará con la policía y verá rebajada su condena de cárcel y el policía dejará su profesión para convertirse en abogado... y el propio Lucas será uno de sus primeros clientes.
La relación entre ambos personajes se complica porque en los ambientes policiales prevalece una corrupción de la que prácticamente nadie puede escapar. La “historia” se enriquece por las circunstancias del momento, dominado por la guerra de Vietnam: Frank Lucas integraba en su “negocio” a ciertos sectores del ejército norteamericano, que, acaso condicionados por la conveniencia estratégica de no dificultar el consumo de “excitantes”, consentían transportar la droga en los sarcófagos de los soldados caídos en combate.
Un panorama que ofrece múltiples problemas de esos que concitan el interés general: ¿Se puede ser “buena persona” asumiendo la responsabilidad máxima en el tráfico de heroína? ¿Se puede ser un impresentable siendo un policía incorrupto? Lo ético, la moralidad... ¿Son “ideas” relativizadas por las circunstancias? ¿El tráfico de heroína pudo ser considerado por algunas personas de gran influencia social, un asunto de “interés nacional”? ¿Es admisible que “la paradoja” esté por encima de los valores éticos tradicionales? Un marco idóneo para componer una historia interesante... en ambiente posmoderno.
La película, como corresponde a los buenos diseños de producción, arranca fuerte: Frank Lucas prende fuego y dispara a un sujeto (¿mafioso cubano?), en un ambiente visual de clave baja. Ese recurso, junto con algunas tomas interesantes serán utilizados para atrapar el interés del espectador, tal y como suele ser habitual en las películas de este mismo director. Por desgracia, en este caso, con un guión demasiado aséptico, el uso de esa fórmula no es suficiente para evitar que la película resulte demasiado tediosa. La primera media hora me ha parecido demasiado extensa, incluso aunque incluya tomas y situaciones que enriquecen considerablemente la narración: la producción de droga se relaciona con los antiguos oficiales de Chiang Kai-Schek; la comitiva que acude a la búsqueda de esa factoría se adentra en un ambiente que recuerda, de nuevo, El corazón de las tinieblas y, en consecuencia, las valoraciones de Coppola en Apocalypse Now. Por desgracia, estas acotaciones quedan en digresiones marginales, difíciles de seguir para el espectador medio que, además, no tienen continuidad en el desarrollo del argumento, porque, para R. Scott las cuestiones políticas escapan de sus objetivos críticos.
Para impedir al aburrimiento, el realizador dosifica unas cuantas secuencias de acción: además de la mencionada del cubano, una que sirve para modelar el carácter del policía (de las habituales en el cine policíaco) y otra más a los 50 minutos de película, en la que Lucas asesina a un competidor; la situación, magníficamente rodada (acaso, lo mejor de la película) y bien apoyada por la ambientación sonora, es enfatizada por un disparo a quemarropa con gran fogonazo en la zona del percutor, muy eficaz para conseguir ese “realismo” que es específico del cine que, con frecuencia, tiene poco que ver con lo que percibiríamos si presenciáramos una situación real afín (de nuevo el debate entre Vertov y Eisenstein). Un recurso similar empleará en el asalto a la factoría de heroína, pero incluyendo insertos casi subliminales (destello y pierna estallada por efecto del disparo), siguiendo fórmulas muy arraigadas en la industria gráfica, al menos desde los años sesenta... Recuerde el lector el pecho de Anne Bancroft en El graduado (Nichols, 1967) o la cascada de imágenes subliminales en La naranja mecánica (Kubrick, 1971), películas que fueron realizadas, accidentalmente, dentro de los años comprendidos en la historia contada en la película de Scott.
La fotografía está caracterizada por una amplitud lumínica muy limitada, que facilita atrapar la atención del espectador y proporciona una textura bien entonada con los personajes “de color”, pero tiene el inconveniente de limitar considerablemente la gama cromática y las posibilidades estéticas de otro tipo. Desde la concepción que parece primar en esta película, acaso hubiera merecido la pena presentarla en blanco y negro.
La banda sonora es aceptable; el guión, eficaz; la interpretación, dentro de lo que es habitual en la industria norteamericana. Lo más destacable: la ambientación.
No se trata de una mala película; en absoluto... La película, como la mayoría de este mismo director, es, en términos cinematográficos, aceptable, más interesante, por ejemplo, que casi todas las realizadas durante los últimos diez años. Muy probablemente, la Academia la valore positivamente... Sin embargo, tampoco creo que sea una película magnífica...
Lo más débil... Aunque R. Scott recoge todos los elementos relevantes de la historia y la película puede considerarse como una radiografía de la sociedad norteamericana que desencadenó una de las revoluciones más importantes del siglo XX, lo que nos cuenta se centra sobre los aspectos subjetivos de los personajes, de manera que en un visionado poco reflexivo, se desvirtúan aquellos factores y apenas percibimos que gracias a esos fenómenos y otros comparables, durante unos cuantos años la mayor potencia del mundo estaba siendo dirigida por un personaje que sufrió la afrenta pública de su destitución. Lástima que no haya profundizado en esa dirección... De haberlo hecho, de haber apostado por un planteamiento más crítico y directo, a estas alturas acaso estuviéramos hablando de un “producto” capacitado para movilizar las conciencias y que, por lo tanto, dejaría de estar en el territorio del puro entretenimiento para entrar en los campos de la creación cultural relevante, incluso, de “lo artístico”.
Creo que esta película no pasara a la historia salvo en el grupo del muy amplio sector comercial, propio de la industria norteamericana, aquellas que se realizaron siguiendo los criterios de “autocontrol” (autocensura) activos desde la época de Griffith, según los cuales las películas debían realizarse teniendo cuidado para no crear espectáculos que tuvieran componentes desestabilizadores. Partiendo de una “historia” con tantos argumentos para conseguir una película que pusiera de manifiesto las debilidades del sistema cultural norteamericano (crisis de valores, corrupción, etc.) , R. Scott nos propone un “entretenimiento paradójico” sobre la relación entre “el bien” y “el mal”, en el que se nos invita a pensar que, al fin y al cabo, Frank Lucas, responsable último de la difusión del consumo de heroína y de asesinatos particularmente salvajes, que estuvo unos pocos años en la cárcel, acaso hubiera merecido mejor destino en la vida... Como en las películas más patéticas de los años de la caza de brujas (estoy pensando en La ley del silencio, de E. Kazan, 1954), vista la película de R. Scott podemos salir del cine tranquilos, pensando que, a pesar de todo, a pesar de que puedan existir mafiosos perversos y policías corruptos, y de todas las paradojos que rodean al espíritu humano, al final, los “malos” tendrán un chispazo de “gracia”, se harán buenos, delatarán a los malos y conseguirán que el sistema vuelva a sus “cauces naturales” de “bondad”, que distingue a la sociedad más “democrática” del mundo... Es fácil imaginar las conclusiones que extraerán quienes hayan padecido las consecuencias de la drogadicción...
Seguramente, la película gustará mucho a los incondicionales de este director, pero probablemente ofenderá a quienes hayan construido expectativas siguiendo las indicaciones de la campaña publicitaria de lanzamiento.
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