Suscribo que se trata de una obra muy "teatral", pero con matices positivos. En las líneas de cierto cine japonés (Ozu y sus seguidores), Mendes apuesta por una "forma" próxima a los modos dramáticos tradicionales, tanto por lo que se refiere al peso del texto como a la importancia de la interpretación, al diseño de los ambientes escenográficos, etc. El ritmo depende casi exclusivamente de lo que sucede "en el escenario", de lo que nos dicen los actores, sin que apreciemos ninguna "truculencia" de esas que son habituales en el cine destinado al entretenimiento de la "gente joven".
En consecuencia, para materializar el interés, "la imagen" adquiere una función relativamente secundaria que, sin embargo, es crucial para situar al espectador frente a la cuestión argumental más importante que, a mi no me parece que sea lo que más han destacado quienes la han juzgado. No creo que el objetivo de Mendes sea hablar de una "pareja americana", sino de recapitular sobre las preguntas formuladas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, sobre la posibilidad de conciliar el "modo de vida americano" (que es el modo de vida liberal) con la naturaleza humana. Y su respuesta es infinitamente más radical y pesimista que la expresada por Arthur Penn en La jauría humana (1966), por Mike Nichols (1967), en El graduado o por Milos Forman, en Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), por citar sólo los precedentes más conocidos y antiguos. Me ha hecho "gracia" la alusión expresa a la película de Forman en tono de humor negro, cuando el matemático habla de que los electro-shocks no resolvieron sus problemas emocionales, pero le anularon como matemático...
La película nos cuenta, con ficción de "pasado", varias situaciones, centradas por la pareja protagonista, que proporcionan invariablemente el mismo retrato psico-sociológico: bienestar basado en la propiedad y el consumo, apariencias impolutas, ordenadas, estéticamente magníficas, que ocultan situaciones patéticas, alienantes, en los límites de la degradación psicológica absoluta.
Mendes apenas deja un punto de agarre: la vieja cultura europea, el carácter mítico de París, que acaso no sea sino una referencia engendrada por la propia ingenuidad de una "cultura norteamericana" construida sobre el "engaño" de que todo ciudadano puede sentirse "especial" y desarrollar su personalidad sin que el sistema liberal le convierta en un "replicante" idiotizado (ejecutivos uniformados). El matemático "desequilibrado" (¿desequilibrado?) hará las veces de Ciutti en Don Juan Tenorio, describiendo lo que percibe con sencillez y brutalidad.
El desenlace... Sin adelantar nada, me limitaré a decir que el tercio final de la película me sugirió la llegada de una tormenta apocalíptica a "cámara lenta". Y en la traca final Mendes se introduce en nuestro cerebro con un punzón y lo mueve como haría un loco con un sonajero.
La fotografía es magnífica; la ambientación, muy buena; la interpretación, más que aceptable; la música, sumamente oportuna...
En suma, una película para recordar, que debemos ver sin involucrarnos personalmente demasiado... aunque nos toque los higadillos; por supuesto, no es apta para quienes van al cine a mover los fluidos corporales o para proyectar sus problemas íntimos. Tampoco es recomendable para quienes tengan tendencias depresivas...
Francamente, no creo que la película consiga demasiados premios de la Academia Norteamericana (me sorprendería lo contrario)... Es demasiado radical...