En la película de John Woo hay claramente dos partes bien diferenciadas: la parte de la trama y la parte más coreográfica que constituyen las batallas. En la primera, prima la historia con hache mayúscula. En ella no solo los acontecimientos históricos importan, también hacen acto de presencia las cuestiones que atañen a la concepción de la jerarquía y a la relevancia de cada uno de sus puestos. Por ejemplo, en cuestiones de mando, resulta importante el número de hazañas en relación a la edad del personaje, honrado o no de pasar a la posteridad ya en vida. Otro ejemplo singular lo encontramos en la oposición tan brutal entre el refinamiento cultural (casi sentimental) y la sangre fría en la actuación determinante para imponer respeto. Tenemos por tanto, las situaciones de diálogos deliciosamente elegantes y la cultura o sabiduría en cualquier tipo de área (musical, filosófica, caligráfica- el arte de la escritura- e, incluso… ¡partos de caballos!)
La parte coreográfica no duda en escatimar medios de todo tipo (humanos y visuales). Así, por ejemplo, los planos de cámara ahondan en la profundidad de campo visual, se regocijan en las grandes superficies, demostrando con esto un resumen rápido y efectivo del plano de situación para cada momento. Las montañas, en su aspecto más poético, siempre se encuentran presentes). Las peleas (narradas de forma individual) a veces tienden a tomar por protagonistas a las armas, que parecen bailar o danzar en los destinos que los guerreros las confieren para con el enemigo. Las situaciones violentas se tornan en cotidianas; las muertes resultan, parapetadas por los vestidos, formas elegantes de mostrar al espectador en su crudeza los brotes de sangre, las magulladuras en las carnes invisibles. El movimiento de cámara siempre resulta inquietante, imposible de mantenerse estático hasta en las situaciones aparentemente más sosegadas. Incluso en estos momentos, como ya digo, se mantiene al espectador atento mediante esa narración visual. La caracterización de personajes resulta teatral por tanto a su fisonomía más tradicional (tratándose de una película del género histórico). Los gestos, evidentemente mostradores de actitud, nos recuerdan esa necesidad de caracterización deudora del teatro, esa semilla todavía presente fuera de toda concepción occidental audiovisual. John Woo por tanto combina a la perfección todo tipo de recursos para una narración heterogénea y coherente (o creíble). No escatima en efectos digitales y, por otro lado, no olvida los elementos esenciales para un relato tradicional de representación. Por esto me parece que cobra más importancia toda esta parafernalia más superficial (que entra por el ojo y el oído) que la que atañe a la propia historia que aquí se relata. No es tanto la actuación como todo lo que en torno a ella se mueve. No quiero decir que esté menospreciando la dramatización, pero es claro que se hace mayor hincapié en un todo general, una obra completa en todos los sentidos. Las mujeres, los niños, los animales, parecen ser los auténticos mediadores entre estos personajes masculinos o “señores de la guerra”. Claro está, como siempre, han sido la excusa desencadenante de la armonía y también la guerra. Esto ha sido siempre así, los chivos expiatorios han sido en su mayoría aquellos en los que no estaba en sus manos las decisiones más trascendentales (a menos de forma oficial).
Las mujeres, por ser inspiradoras de pasiones – esto recuerda al rapto de Helena como causa de la guerra de Troya- y madres de futuros mandamases (y mediadoras). Los niños, porque de ellos depende un futuro posible en una tierra. Los animales, por ser transporte de guerreros (y escudo para los que atacan a pie). En resumen: aquellos que se encuentran en medio de toda la “jarana”.
Para Woo, las mujeres ponen ese punto de cordura en el alma humana, calman los espíritus enervados de aquellos a quienes aman (y tratan de hacerles actuar con consecuencia)... y también el fútbol (para qué engañarnos), que es otra buena forma de crear “conciencia de equipo” entre los hombres. Los animales (en tanto a las palomas) simbolizan una introducción y un epílogo para la película y (tanto al tigre que se busca cazar) una representación alegórica de ese taimado enemigo que acecha y debe ser vencido. Los hombres entre los hombres (y más entre rivales) solo siembran el desafío y el recuerdo de un “orden” que no hace más que desordenarse (aunque la aparente consecución de objetivos dictamine lo contrario). Tras las conspiraciones belicistas, un cierto velo de comunicaciones humanas (dentro de lo que permiten los parámetros). Esto es para mí El Acantilado Rojo de John Woo.
Pues siento dar mi más sincera opinión, pero creo que tampoco va a costar tantísimo reducirla para su visualización en occidente. Anda que no se me hizo densa la super batalla del yinyang completamente irreal.
ResponderEliminarCreo que con la pasta que se han gastado en hacer efectos especiales digitales podían haber destinado un poco más a los efectos especiales de toda la vida y fingir un poco mejor que hacen cortes y heridas; por no hablar de los momentos superheróicos de los personajes importantes que salen uno contra cincuenta (que por cierto van surgiendo de sí mismos, porque al entrar al yinyang no había tantos como al final)...
En fin, eso es tan solo por comentar una parte que me ha resultado resumible, aunque podría meterme también con la batalla naval de fuego...