De este áspero drama urbano-rural puede decirse que inaugura el cine español de calidad. Hasta el momento, podría haberse dicho que había películas interesantes e incluso buenas, pero en su mayoría el contenido acababa hablándonos de unos ideales que era necesario asentar para conformar una sociedad en “vías de ordenación”. En este filme no hay contenido político ni religioso: Tan solo una bisagra entre dos mundos. La historia que aquí se narra (una historia original de Eugenio Montes) no tiene por qué ser llevada a lo que “podría pasar”. Más bien debe interpretarse como una necesidad, un medio de expresión, una forma de contar una historia con los medios cinematográficos. Que nadie piense que aquí hay una crítica a una civilización degenerada, un alegato al mundo rural puro y sin corromper. Para nada. Por supuesto que no podemos negar que hay una base moral, que hay un cierto “recato” y un cierto sentido de decencia cristiana y castellana. Por ello no debemos pensar que en los pueblos nunca pasa nada, pues es allí donde encontramos también historias y situaciones que no tienen nada que envidiar a las ciudades. Quizá la fórmula se encuentre en aquella adaptación que el hombre debe realizar “por el progreso”. Puede que unos la lleven mejor que otros, que en otros casos no haya forma posible de conseguir esa buscada transición a esa otra vida. No lo sé. Tan solo puede decirse que ese “conseguir dinero sin dejarse el lomo surcando tierras es real, pero hay una distancia entre la huerta y el mafioso.
“Con vergüenza, pero hay que volver” dice el pater familias, resignado en el presente y pensando en su pasado sin futuro. No olvidemos qué tipo de futuro se puede esperar en qué situación, puesto que cuando uno llega a ese “futuro” ya se encuentra en “presente”. La idea de un “neorrealismo” ya se menciona en la escena de la pareja de clase alta. Ella dice algo así como “no sé qué interés puede verse en reflejar una vida miserable, con lo bonita que es esta vida”. Lo cierto es que para el cine español de los cincuenta con películas en blanco y negro del tipo de las de Ladislao Vajda, la denominación del género italiano viene que ni pintado. Esta fotografía es sin duda interesante tanto en cuando urge retratar esta vida de corralas, de los buscavidas de El Rastro o de trapicheos de “film noir”. La música (del Jesús García Leoz de “Raza”), en su melodía insistente, taladra con sus golpes de percusión y sus merodeos de piano al espectador cada vez que ha sucedido “algo grave”, que “aquello no remonta” (o “no espere que las cosas vayan a mejor”). Por otro lado, esta crueldad de “los de ciudad” (que puede volverse a la inversa, la cuestión es esta primera desconfianza hacia lo foráneo) e incluso de los niños. En general podría decirse que la crueldad sucede de cualquier manera, entre los hombres una y otra vez (los corros de peleas en lugar del intento por disuadir, los que aprovechan la distracción de un chico de los recados para hurtarle de la cesta de envíos algún manjar, las madres y las hijas envidiosas de la competencia en el mundillo del espectáculo, aquellos que se sienten desplazados en su labor por aquel por el que el jefe siente más debilidad…) Para muestra, el botón de Calle Mayor de Bardem, donde más que una crueldad por “las provincias” lo que hay es una forma descabellada de matar el tiempo.
Para una conclusión: Olvidada ya la imagen de un Paco Martínez Soria de alpargatas y gallinas en cesta, este relato poco amable precisamente resulta interesante “o de calidad” por que no especula con las cosas- para ganarse el favor del público con la fórmula asegurada del teatro-. Porque la vida real no siempre tiene un final feliz esperado a los noventa minutos.
Hay algo más al respecto, y es esa especie de transgresión acerca de lo que en el primer párrafo traté: unos trabajadores de la tierra que se rebelan embaucados por unas falsas promesas que vienen de fuera. Esta gente desea un futuro mejor, una cierta estabilidad, una nueva vida, y esto solo puede resolverse abandonando lo que hasta ahora habían sido. Nos encontramos en un momento en el que España es dada de lado en Europa debido a la política llevada por el régimen franquista. Trata de establecerse la identidad de un país asolado por la miseria y en el que comienzan a fraguarse los primeros éxodos a las ciudades por parte de los más desfavorecidos de la contienda. Una posguerra dura a la que se añade un cierto encaje teórico en unas desajustadas condiciones con el fin de presentar más impecablemente lo impresentable: “el regreso a los valores tradicionales” se decía en las filas de falange. Por ello, no debía hacer mucha gracia que las cosas se mezclasen para una nivelación humana y no política. Esta muestra cinematográfica de cierto descontento, puede verse un tanto almibarada con ese final de “escarmiento” -al que hubo que atenerse tras una revisión de la primera versión del mismo rechazada. No por ello, la primera yaga dejaba de estar visible. Este otro “surco” ha quedado en su cicatriz para los que después vinieron y observaron, en esta especie de documento dramatizado, lo que fue aquella España de paz y miseria que tuvo que ir abriendo los ojos poco a poco para no quedarse ciega.
de esta dicotomía cada vez más forzada campo-ciudad.. ¿qué hay de Avatar?
ResponderEliminarNo entiendo a qué te refieres... El problema campo-ciudad en la postguerra española tiene poco que ver con Avatar...
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