Hay algo que no dejo de preguntarme día sí y día también: ¿Por qué nos crece el pelo? ¿Por qué nos crecen las uñas? En cuestiones de desgaste, nada se puede decir a favor de las uñas, pues nuestros dientes también se erosionan muchas veces sin remedio y sin reposición posible. Buñuel recordaba en sus memorias un episodio de infancia en el cual descubrió una mata de pelo largo salir de un sepulcro. Partiendo de este hecho, reflexionaba acerca de si podía ser cierto que un cadáver pudiera tener todavía las funciones capilares en estado vital.
Para hablar del pelo, quiero emplear, aparte del ejemplo del Gen SK, otro un tanto desapercibido: Me refiero al film “El sexto sentido”. Y no, no es el director Shyamalan en este caso, sino Nemesio Sobrevila (esta película posee setenta años más de vida). En ella, aparece un Ricardo Baroja interpretando el papel de Kamus, un investigador del celuloide que considera el cinema como un “sexto sentido”, argumentando su capacidad de captar elementos de la realidad que, para nosotros, simples mortales, podían pasar desapercibidos. Pues bien, su caracterización de científico de vanguardia aparece representada en su ausencia capilar. No debíamos olvidar que, por aquella época, en las corrientes rusas se consideraba el pelo como forma de estandarización del hombre, teniendo que deshacerse de este para indicar en el “autor” una fuerte personalidad. En el caso de Kubrick con “La chaqueta metálica”, había un significado contrapuesto de anulación de individualidad (de aquí el sentido del refrán “dentro de cien años, todos calvos”, como forma de hablar de la vejez- y en el caso de las coplas de Manrique con “los ríos que van a dar a la mar”- como forma de estandarizar a nuestras vidas en un terrible destino universal).
En “El hombre que nunca estuvo allí”, el protagonista, de oficio peluquero, es quien precisamente vive una vida sin participar realmente en ella, dejándose llevar por los acontecimientos, confiándose a la divina providencia (resultando este destino tan absurdo como el que les acontece a todos los personajes que pululan, como fantasmas, a lo largo y ancho de este filme).
La acción se desarrolla en una América en blanco y negro, descrita tanto en época como en ambiente que se respira. Entre blanco y negro, no estaría de más considerar toda una gama de grises que se nos presenta en forma de chantajistas, timadores, lolitas, papanatas, y un largo etcétera de personajes, a cada cual más mediocre. Esa especie de justicia americana, es capaz de liberar de culpas al culpable y condenar al inocente, con un advenimiento de acontecimientos que afecta con total parsimonia a los que lo viven, como si todo fuese corriese de forma natural y lógica. Los abogados, que se supone que interceden entre la justicia y el ajusticiado, emplean razonamientos a cada cual más increíble para presumir con ellos de profesionalidad. “Cuanto más observas, menos comprendes”, parece ser la frase que mejor defina el sentido completo del filme. El drama se observa como comedia, al resultar tan patéticamente duro, por lo que no debe extrañar que más de uno, aplicando su propia filosofía de vida, salga del cine con una sonrisa todavía más patética.
Quizá sea esta idea de una cierta calma chicha que, sin embargo, mantiene correctamente un ritmo cinematográfico, lo que mejor defina a esta cinta de los Coen. Son estos personajes pasmados, prototipos de anti-héroe, los que mejor desprenden el personal toque de sus películas. Quizá un mundo que no comprendemos y nos extraña no poder comprenderlo tampoco en el cine (desengañados ya del formato de pantalla grande como sistema con el que olvidar nuestras miserias) sea la fórmula con la que consiga hacer cómplices a un público adormecido dentro y fuera de las salas. La caricatura puede todavía salvar a quien no quiera ver lo que se le está presentando delante como perfecto espejo crítico social. ¿Todavía creemos en platillos volantes con la forma de un tapacubos de automóvil?
“El hombre que nunca estuvo allí”, o Billy Bob Thornton, nos recuerda al genuino cine negro gracias a la expresividad de una inexpresiva jeta, a ese humo de cigarrillo incombustible. Esta cara de duro esconde a un verdadero inconciente tras de ella, que, como digo, vive una monótona vida que tan solo puede ser interrumpida con algo (que, por otra parte, acaece también con total normalidad) como un crimen. Afronta el vivir como el poder morir- al poder culpársele de homicidio- con la mayor pasividad existente.
La filosofía encarnada en la ambientación de una sociedad donde a cualquiera que se pincha no sangra (excepto el caso del pobre Gandolfini, cuya muerte espanta a lo sentimental gracias a un poderoso trasero), es también otra de las claves importantes, donde puede entrar una crítica cinematográfica más o menos coherente, fiel todavía a las ideas frente a los sueldos. Sin embargo, tanta sinceridad pudo costar cara a los hermanos directores, ya que de ahí en adelante los filmes que realizaron perdieron pretensiones para tranquilizar a su público de que no todo estaba perdido.
El blanco y negro supone, por otra parte, un recurso expresivo que suele emplearse para dotar (tanto al cine como a la fotografía) de una mayor calidad artística, aunque también es muy recurrido para escenas concretas donde hay un flashback (memoria de cine) o se representa, por ejemplo, algo onírico (sueño de cine). En este caso, se comparte color y blanco y negro. Hay otros casos curiosos, como “El retrato de Jennie” o “El retrato de Dorian Gray”, en los que el cine ha reservado el color para dar protagonismo a lo pictórico (en los dos casos citados, el color se encontraba entrando tímidamente todavía en el cine). Esta especie de engaño para el espectador (que comienza a dudar entre si es daltónico o mira sin espectro cromático, como los toros) es también empleado por los Coen, ya que el filme se rodó en color pero se presentó en blanco y negro. El público pudo conocer su secreto en la comercialización del DVD, donde se incluían ya las dos versiones (solo había que dar la vuelta al DVD para ver una u otra, como con los vinilos). La gama de colores oscila muy levemente de los cálidos a los amarillos, cosa que también es bastante inquietante.
En cualquier caso, es indudable la intención de “Film noir” burlesco o, simplemente, un poco más natural que el “Scarface” de Hawks. El título, por otra parte, remite a filmes como el de Hitchcock (“El hombre que sabía demasiado”), en otra especie de guiño paródico que apostó, lo tengo por seguro, por generar confusión en los críticos.
Destacar a Yul Brynner como uno de los calvos con más personalidad de la historia del cine.
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