El Cine como forma expresiva y estética

jueves, 2 de junio de 2011

Bertolucci y “El último Tango en París”


Por María Luisa Aséns

Bertolucci tiene ahora 70 años. Acaba de recibir en este último Festival de Cannes la Palma de Oro de Honor por su trayectoria y creación fílmica. Gilles Jacob, presidente del festival ha dado las siguientes razones para premiar a Bertolucci: "Por su empeño político social guiado por un profundo lirismo y una dirección elegante y precisa, que dan a sus películas un carácter único en la historia del cine. La calidad de su trabajo se revela todavía hoy en toda su unidad, cuya profundidad permanece intacta y su carrera lo liga a este festival con un vínculo muy fuerte, por lo que es un destinatario legítimo de este galardón". (elcultural.es, 1.05.2011)
Bertolucci es uno de los cineastas “talluditos”,  que más vivo se ha mantenido en estas últimas cuatro décadas, obteniendo siempre un cierto éxito de crítica (y de público) en casi todo el mundo, a través de muy diferentes industrias cinematográficas, y es, también, uno de los grandes creadores que ha ejercido una notable influencia en varias de las generaciones de cineastas que le han sucedido.


Bertolucci ha sido un espectador y un “actor” esencial en una época histórica de grandes y profundos movimientos sociales, políticos y culturales.  El escenario de la segunda mitad del siglo xx y primera década del xxi ha estado cargado de tensiones sociales,  de heridas de guerra, de ideales políticos, de luchas y transformaciones, pero también de contradicciones, de profundas rupturas y fracasos, de desesperanzas y  de desilusiones. Hemos asistido a un proceso histórico que ha ido desde situaciones de esperanza colectivas y de  creer que un  mundo más humano era posible, a una etapa de  creciente individualismo,  de perdida de interés por lo colectivo y de un, cada vez as acusado, sentimiento de aislamiento personal. Todo ello impregnado, o mejor dicho, alentado y sostenido por la indestructible urdimbre de un sistema capitalista cada vez más salvaje y omnipresente. Asistimos a una continua y cada vez mayor mercantilización de todos los ámbitos y valores de nuestra vida, desde los recursos materiales a los más espirituales, pasando, por supuesto, por el arte en todas sus manifestaciones.
Bertolucci, con su sensibilidad y radicalidad, o como dice Gilles Jacob, con su empeño político social guiado por un profundo lirismo, Bertolucci, declarado marxista y comprometido interpelador en esta sociedad, nos ha “regalado” unas bellas “piezas de arte” (películas), en las que se ven reflejados grandes trozos de la realidad de nuestra historia y de nuestra esencia como seres humanos, piezas, que además de su cualidad estética, constituyen objetos de reflexión que tienen plena vigencia.


Bertolucci, heredero de espíritu del neorrealismo italiano en su vertiente progresista (verbi gratia, Rosellini), se ha adentrado, en casi todas sus películas, en dos terrenos de hondo calado humano, en  “el político” y en  el de “la sexualidad”. Y aunque ambos temas están siempre presentes y los trate de manera profundamente entrelazada, es pertinente, a efectos analíticos y clasificatorios, considerar unas películas más centradas en uno u otro tema. Así, entre las películas de marcado componente político o  social estarían “El conformista” (1970),  Novecento (1977), o la más reciente, aunque con otro aire narrativo más cercano al gusto general, esto es, de masas, “El último emperador” (1987).  Por otro lado, con una temática más centrada en la sexualidad, estarían “El último Tango en París” (1973) , una de sus películas más conocidas,  y la más reciente de “Soñadores” (2003).
Me voy a detener a considerar como se puede “leer” hoy,  treinta y ocho años después (se dice pronto…), “El último tango en París”.
 Imagino a Bertolucci, allá por los años 70, con apenas 30 años, joven copartícipe de la revolución cultural y sexual que “el mayo del 68” supuso, impregnado de ansias de libertad política y sexual,  y de la necesidad de penetrar en el alma humana, pero no desde planteamientos religiosos o filosóficos tradicionales, sino desde la cruda mirada del psicoanálisis y de sentimientos existencialistas.
Imagino al joven poeta Bertolucci, lleno de energía y de radicalidad, queriendo impactar, e incluso escandalizar, a una sociedad europea, en aquella época, mayoritariamente conservadora y mojigata, al menos la italiana, (y por supuesto, la española), cristalizando en una película como “El último tango en París”, su visión del ser humano y de las relaciones de éste con sus congéneres, del sexo opuesto, pero también con los de su propio sexo.


Más allá de su intención provocadora, resulta esencial, en esta película, y en las mayoría de las por él realizadas,  la dimensión y naturaleza profundamente personal y autobiográfica con la que impregna sus narraciones. Aunque muchas de aquellas, partan de fuentes literarias, estas son tratadas de forma muy libre y siempre “filtradas” por los sentimientos, dilemas, contradicciones y obsesiones del propio Bertolucci.
“El último Tango en París”, causó en su momento, 1973, gran revuelo y escándalo, siendo prohibida por la censura, quién llego a ordenar la destrucción de las copias de la misma. La razón principal de ello: el fuerte componente de agresividad sexual, que se concretó en su momento en la escena de la penetración anal.
Hoy, por supuesto, el impacto de las escenas eróticas es mucho menor, tanto por su manera de tratarlas, de forma algo teatral, distante y poco exhibicionista, (aparecen pocas escenas en las que ambos estén desnudos, a ella se le ve el pubis escasos segundos en el metraje, a él nunca el pene, …), como por el hecho de que el cine ha desarrollado en estas últimas cuatro décadas, al hilo, lógicamente, de los cambios sociales y culturales, otras formas plásticas, de tratamiento de las imágenes,  y narrativas más directas, pero también, más elusivas y simbólicas, que nos han acostumbrado “a ver” en la pantalla, gran cantidad de sexo, más o menos crudo.
No obstante, este menor componente “erótico” de “El último tango”, lo cierto es que la película sigue manteniendo una tensión sexual entre la pareja protagonista, importante, no tanto en lo que nos deja ver, como en la incógnita que mantiene de que va a pasar con la relación entre estos dos seres que se encuentran (o mejor dicho, que se des-encuetran) en una habitación desolada y aislados del resto del mundo, como si de un laboratorio de experimentación psicológica se tratara. Una tensión que funciona como el suspense en el cine negro,  en el que el que parece llevar las riendas y dominar acaba perdiendo, en este caso acaba siendo asesinado.
“El último tango”, es una película, que desde el entramado de la sexualidad, desde ese ámbito oscuro del ser humano, reflexiona sobre la incapacidad del individuo de superar las fronteras de su propio yo físico y espiritual y de llegar, de alguna manera, a romper su aislamiento  y encontrar al “otro”.  Una reflexión de esta incapacidad desde la perspectiva del psicoanálisis  y del existencialismo. Una lectura amarga y cruda, de las pasiones humanas, pero sobretodo de la desesperación por no encontrar al otro, de la  perdida de identidad que supone la no existencia del otro.


La película está construida en base a conversaciones del personaje central, el viudo, con el resto de los personajes que aparecen en la película: la  joven con la que establece la relación sexual en el anonimato, su mujer ya muerta, la madre de ésta, y el amante de su mujer. Conversaciones siempre, dos a dos, en espacios, casi siempre, interiores, aislado, que pueden leerse como metáforas de diálogos imposibles. Cada conversación destila y arroja mayor soledad sobre los individuos.
El recurso al anonimato, el querer desesperadamente que  el otro no sepa quién soy, significa una huida de uno mismo con la falsa esperanza de poder “renacer”, de llegar a ser un nuevo “ser”. Es en el fondo, una fórmula para buscar una identidad.  “No tengo nombre”, “Si acaso, mi nombre es un gruñido” (¿un guiño desesperado ante el hecho de que las palabras ya no tienen sentido?), “Venimos a olvidar todo, las personas, las cosas”, son frases que aparecen en los diálogos.  En varios momentos de la película aparece la idea de que algo acaba, termina, desaparece, pero esa pérdida encierra la ilusión de que todo vuelva a ser posible, a un empezar de nuevo.
Otro tema interesante que la película aborda y en el que incide de forma crítica, es en el de la familia, todavía hoy “el pilar” de nuestra sociedad. En “El último tango” aparecen reflejados, en diversas momentos, el simulacro y la farsa que es la familia. Pero es, precisamente, esa falsedad y representación  que atraviesa a la institución familiar lo que hace que esta funcione, que brinde estabilidad y coherencia (que no sentido) a la sociedad.


El disfraz de la boda,  simboliza la paradoja de que “lo falso” (la pareja, el matrimonio) es lo que es “real”, porque no formula preguntas, no cuestiona, todo está claro porque no hay nada que aclarar. Por el contrario, “lo verdadero”, las pasiones, los sentimientos, constituyen un material resbaladizo, amorfo y confuso, en definitiva peligroso, pues “el yo” puede quedar fácilmente atrapado en ellas.
La vigencia de la película de “El último Tango en París”, más allá del envejecimiento de los recursos formales, narrativos o fílmicos está pues en su capacidad de seguir aportando elementos para la reflexión sobre la naturaleza del alma y la psique humana.
Como colofón, comentar que en el ultimo visionado que he realizado de la película he sido consciente del guiño de Bertolucci con Francis Bacon, al aparecer al lado de los créditos, un par de cuadros de éste artista, otro gran nihilista y radical “exhibidor” de las miserias humanas. ¿Podríamos llamar al personaje que Marlon Brandon interpreta “Paul Bacon”?

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