Por Alejandro de Vega de Unceta
En el debut cinematográfico de Jaime Rosales se nos ofrece la vida de Abel, un hombre de las afueras de Barcelona que trabaja en un pequeño negocio familiar y de vez en cuando asesina a gente anónima que conoce por la calle.
Durante la película solo se ven dos asesinatos de Abel, en ningún momento le vemos planeando sus crímenes, elige gente al azar y las asfixia, simplemente eso, y así nos lo muestra Rosales. Sus crímenes no tienen música de fondo para crear tensión, los planos no enfatizan la situación en ningún momento, es algo totalmente impersonal, casi parece grabado sin intención, como por casualidad.
El primer asesinato, Abel viaja en taxi a las afueras de la ciudad, durante el trayecto conocemos brevemente a su víctima, aunque superficialmente solo llegamos a saber de ella que cree en el tarot y que ha perdido a su madre recientemente. La conversación no es distinta de la que cualquiera podría tener con un taxista.
El plano no nos dice nada más que una simple conversación en un taxi. Los siguientes planos no son mucho más reveladores de la situación que se va a desarrollar.
La conversación se desarrolla en plano-contraplano, los personajes encuadrados en el centro, la luz homogénea y natural.
Quizá sea precisamente esa la clave de escena, el espectador no puede imaginarse ni por un momento lo que va a ocurrir, cuando Abel se abalanza sobre la mujer para estrangularla al espectador le coge por sorpresa, hasta este momento nada en el comportamiento del personaje nos ha indicado que sea un asesino en serie.
El asesinato en sí mismo tampoco ofrece a nivel visual nada nuevo.
Volvemos a un plano similar al de la conversación, pero más general (para tener un poco más de información) nada ha cambiado, no hay música no hay montaje. Puede que también esto coja por sorpresa al espectador, acostumbrado a quizá a un montaje más vertiginoso, una música de tensión, etc. Quizá sea la duración del plano, excesivamente largo.
Pero si solo fuera por lo anteriormente dicho, la sorpresa, el siguiente asesinato (que ya se espera por parte del espectador) no debería tener el mismo efecto y sin embargo es igual de sobrecogedor que el primer asesinato.
Aquí ya no hay sorpresa, volvemos a lo mismo, una situación normal en un escenario normal (los baños del metro de Barcelona) una luz natural si contrastes, un plano fijo, general, casi simétrico, no se nos dice nada a nivel visual.
Sin embargo tiene la misma fuerza que el primer asesinato. La violencia es explícita, eso ya de por sí debería ser suficiente para impactar al espectador, pero por otro lado en nuestra sociedad estamos sobresaturados de escenas de violencia explícita, así que este tampoco es un motivo para sentirse subyugado por las imágenes.
Me hago muchas preguntas después de ver la película, ¿cómo funciona este mecanismo? ¿Por qué es tan impactante? No recuerdo ninguna película que muestre un asesinato de una forma tan fría, en todas se recurre al montaje, a una luz más o menos contrastada o a la música para enfatizar los momentos de violencia. Así pues ¿es qué no es necesario enfatizarla y como espectadores estamos mal acostumbrados?
Hace tiempo dejé escrito mi juicio sobre este director, a propósito de "La soledad". "Ls horas del día" me parece que contiene todos los defectos de la otra y ninguno de sus "aciertos".
ResponderEliminarhttp://el-cuadernode-alp.blogspot.com/2008/02/la-soledad-jaime-rosales-2007.html
No insistiré en ello, salvo recordar que, a mi juicio, lo que hace Jaime Rosales es "subcine", es decir, ganar dinero consiguiendo subvenciones...
Sobre lo que dices.
A mi no me parece que sea especialmente impactante la manera de describir los asesinatos. Existen infinidad de películas bélicas concebidas con planteamientos comparables de resultados mucho más demoledores. Recuerdo a un tal F. F. Coppola, sin ir más lejos.
A mi me encanta el momento en el que, después de consumar el crimen (por segunda vez, y quedarán otras dos hasta que considere finiquitada a la taxista)toque con su trasero el claxon.
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