Lo primero de todo, tengo que pedir perdón por emplear un título incierto para designar a una película que pretendo se conozca en su totalidad. Esto dice muy poco de mi carácter internacional. La traducción empleada aquí en España por la época es bastante ramplona, pues se limita a definir la sensación que se siente durante todo el largometraje, y para nada nos da pistas de un marco que abarca a Henry James (literatura) o a Benjamin Britten (música) y, por qué no, a Ibáñez Serrador en “La muñeca”, auque de influencia más diseminada dentro de su tónica de “Historias para no dormir”.
Para poder hablar de ella, debemos de asumir el papel del director Clayton en su traslado cinematográfico (contando además con la ayuda de Capote). Una versión muy especial, de las que no son del gusto de otras mentes más estructuradas en tanto a narración. Sonreímos al recordar comentarios del tipo “a mí las películas que acaban con el protagonista andando por un camino, sin saber qué le pasa al final, no me gustan”. Tampoco podemos decir con seguridad que leyendo el relato original saldremos de dudas. Nada de eso. Podemos enriquecernos en ciertos detalles (a la vez que perder otros que solo son posibles por el medio cinematográfico), eso es todo. La historia puede recordarnos, incluso ante referencias, a “Los otros” de Amenábar. Pero para ser justos con los dos directores, creo que lo único que les une es el componente de mujer adulta al cargo de dos niños. Y, si queremos dar un paso más adelante, el carácter proteccionista de un adulto hacia dos perfectos seres humanos en trámites de desperfeccionarse. El juego psicológico comienza a cobrar efecto cuando este adulto comienza a dar crédito a las situaciones paranormales en las que parecen vivir soñando estos niños al convertirlas en un juego. Un juego macabro, desde luego.
¿Podemos quejarnos entonces de la libertad de movimientos que se otorga al espectador? ¿Necesitamos todavía ir de la manita, que se nos de todo masticado? Todos nos hemos sentido algunas veces sin dientes ante un determinado plato, pero sería conveniente que aprendiéramos a manejar nosotros mismos la batidora para hacer el puré digestivo. Volviendo al “Suspense”: esta forma de crear incertidumbre puede considerarse de las mejor logradas. Su inquietud palpitante mantiene al espectador atraído por ella sin necesidad de trucos de prestidigitador barato. ¿Miedo, terror? Sí, pero no esa sensación de plástico generada por las grandes factorías de ilusiones mercantiles, sino más bien una estructuración mental común a todas las personas. Jugar con esta afinidad sin que podamos buscar para encontrar el truco realizando una introspección. No hay nada más peligroso que lo que no podemos controlar; por ello, navegar en el subconsciente, si se sabe con qué barco, puede salirnos con un final feliz, sin que naufraguemos finalmente en la tormenta.
Aprovecharse de la inocencia infantil: si lo hacen las personas, es cruel. Si lo hacen los fantasmas (o mejor espíritus, por el miedo a acabar relacionando el término con los de la sábana y las cadenas) resulta demoniaco. Parecen ser el blanco perfecto hasta para las fuerzas paranormales (que no para anormales) de otros mundos. En mi opinión, es muy socorrido y cruel utilizar como blanco este arquetipo. ¿Quién dijo que no hay crueldad en los niños? A veces, más que en los adultos, que acaban derivando más hacia un psique más refinado (esto lo enseñan los años), por encima ya de atar cuerdas a las moscas (esta expresión me encanta). Digamos que de los niños yo me quedaría con el chico, que posee un físico un tanto anómalo. Esto es una baza a favor de lo que se cuenta literariamente, es decir: su apariencia de ser adulto o que se comporta como tal. La relación sexual que puede haber entre el niño y la nurse (Deborah Kerr) ahora resultaría impensable para la actualidad cinematográfica (como en mayor medida, el maltrato animal en las películas de Eisenstein). Esta moral ambigua de “noes” y “síes” excusados banalmente no deja de sorprendernos. Retirando este elemento, el relato no podría representarse de otro modo. “El niño no se comporta con su personalidad, ya no es él cuando actúa así” parece dejarnos mas tranquilos ¿no?
Para finalizar: he elegido esta versión de Clayton porque me parece la más acertada tanto a traslación de un elemento literario. Las versiones de transición de libro a película no siempre son acertadas escogiendo la libre versión. Creo que el director ha comprendido realmente de lo que nos habla Henry James y por ello le ha salido una obra redonda. Otros, con menos suerte o perspicacia, no quedarán en el olvido (pues ahora hay más información por todos los sitios que nos ayuda a recordar) pero claramente seguirán resultando ambiciones menores.
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